Poema 591: El club de los vecinos muertos

El club de los vecinos muertos

La vida a veces dura una novela,

o menos.

Nos toleramos, nos queremos, nos acariciamos,

ese reconocimiento crea un hueco,

un espacio vital en el que leemos, razonamos,

nos reímos todo lo que podemos, ¡a veces tan poco!

La cultura o los proyectos, o las maquinaciones,

cada cual posee un motor más o menos contaminante.

El club de los vecinos muertos aumenta cada año:

reflexiono sobre mis recuerdos de ellos,

su voz, el impacto de su presencia, algunas frases,

la bondad o no de sus presupuestos.

–En este banco conversamos–, –el tiempo pasó volando–,

–siempre sonreía mientras hablábamos–,

–me lo crucé muchas veces, pero nunca intimamos–.

Un día desaparecieron y no lo supe hasta semanas después,

o meses, sin apenas circunstancias explicativas.

El club se extinguirá conmigo, como idea, como poema,

no la realidad de la muerte, no los huecos,

ni los espacios mentales o el rastro de las voces

grabadas en un subconsciente que tratamos de ignorar.

Mis descendientes no sabrán apenas nada de mí,

menos de lo que conocieron esos desaparecidos

a los que tangencialmente saludé o reconocí

en el paisaje diario, en la cordialidad vecinal.

Nada les importa ya, nada les concierne,

llega la insignificancia tras la apoteosis del sol poniente.

Poema 563: Matando la tarde

Matando la tarde

Hay tardes que mueren por sí mismas

y otras que tienen que ser matadas a conciencia.

En este agonizar de octubre

bandadas de cigüeñas saetean el cielo de paz;

pronto serán sustituidas por drones

por silbidos apenas audibles y mortíferos.

Se comban aún más los cables eléctricos

por el peso inapreciable de decenas de gorriones.

Un hombre deja extinguirse la luz

enfrascado en el juego simple de su teléfono;

descansa a sus pies un perro de ralo pelaje

incapaz, como su amo, de darle la puntilla a la tarde.

Miro al poniente y encuentro un incendio solar

efímero y salvaje, de belleza extrema.

La tarde terminará de morir en una reunión de vecinos,

un espacio ajeno a la Historia y a la Educación,

ring sin reglas ni cortesía, donde se rompen sinapsis

y expira la cooperación humana.

Fin de fiesta, fin de octubre, fin de la tarde vacía.

Poema 309: La llamada de los libros

La llamada de los libros

Hubo un tiempo en que leía con tiempo por delante.

Retazos del final de un libro.

Un poema interrumpido por una idea.

Voces de vecinos que se filtran familiares.

Me siguen llamando.

Una escena me abre a la intensidad de un olor

insoportable.

Al frío en las orejas en días en la calle.

Lejos los libros, lejos el ahora.

En ese condenado poema larguísimo

no sobra nada,

ni una coma, ni una sensación:

está construido con tales retazos que te atrapa

en la semioscuridad erótica del cuarto.

Engaño, autoconocimiento, un regalo para la inteligencia.

Levanto la vista y sale Babilonia o Cheever.

Ahí está el futuro y todo mi capital.

Los colores, el papel, los recuerdos.

Poema 272: Se terminan los aplausos

Se terminan los aplausos

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Casi han pasado dos meses de confinamiento,

la oscuridad del anochecer invernal a las ocho

ha dado paso a una luz primaveral de mayo,

apenas aplaude algún vecino nostálgico y solitario.

 

Las franjas del paseo y de los niños

han aliviado la estancia en casa de semanas,

la solidaridad ha cambiado cada día,

ya no suena Resistiré en los balcones.

 

Algunos conocidos son insolidarios:

caminan sin mascarilla, se reúnen sin distancia

o juegan al fútbol en el césped comunal;

hay detalles que no vamos a olvidar.

 

El sábado una banda de cinco adolescentes

recorría el pinar el bicicleta,

todo el mundo se lanzó en masa

a invadir el pulmón de la ciudad con ansia.

 

Los aplausos también fueron cohesión vecinal,

apoyo mutuo en días que se hacían largos,

la campana monástica que nos regulaba las horas,

el momento social más importante del día.

 

En el anonimato de la semioscuridad,

nos asomábamos al foro de ventanas y balcones interiores,

hasta que cacerolas, himnos y otras reivindicaciones

sembraron cizaña y discordia.

 

Hoy apenas suenan aplausos sanitarios,

el desconfinamiento lento ha comenzado,

la primera batalla contra el virus está siendo vencida,

en un rumor de datos, héroes y silencio.

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Poema 259: Aplausos al anochecer

Aplausos al anochecerIMG_3699

Cada tarde el espectáculo es inmenso,

decenas de luces, aplausos, siluetas,

cánticos y algunas proclamas excesivas

provocan sonrisas y ánimo

en el confinamiento recién comenzado.

 

La sobreinformación nos llena los días,

desanima o hace reír durante unos minutos,

consumimos el tiempo y las pantallas

al ritmo de la modernidad exigente,

protegidos y seguros en el aislamiento familiar.

 

Hay una emoción en la colectividad,

el reconocimiento de la soledad acompañada,

la confluencia de mentes concertadas

bajo la luz protectora de la atmósfera vecinal,

pospuestas las rencillas o diferencia de voluntades.

 

La escena pudo ser hace miles de años así:

trogloditas paleolíticos en sus casas cueva

suspendidos en una pared rocosa

aullando a la luna cada anochecer,

libres un día más del peligro salvaje en sus guaridas.

 

Necesitamos la sencillez de la contemplación

del vecino tan aislado como tú,

de la concertación espontánea de ideas,

de la esperanza de que todo permanezca

y el aplauso sincero para quienes arriesgan sus vidas.

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