Poema 663: Este veranillo eterno

Este veranillo eterno

Este veranillo eterno se desvanece

en tardes soleadas de octubre,

en olvidados paseos en bicicleta,

en pequeños dolores que amplifican

un nudo interno impenetrable.

Devoro la primera hora de escritura

cual yonqui de su tiempo productivo

por obra y gracia del maestro hacedor

de horarios, gran filósofo conversador.

No hay proyección micológica en el horizonte

y las labores agrícolas van con retraso,

los caminos áridos y polvorientos

dejan en el ciclista pulmones resecos,

mientras observa disgustado las máquinas pesadas

que convertirán un valle arqueológico

en un productor desmesurado de fotovoltaica.

En los amaneceres observo la luna poniente,

más tarde el bidón encendido o el río estático

en el que se divisan las piedras del cauce.

Los poemas se volverán húmedos y otoñales

en cuanto aparezcan las primeras lluvias,

como corresponde a la melancolía naciente

que bebe en estas mañanas de la lecto-escritura.

Poema 437: Cuatro gotas

Cuatro gotas

Se espesa el aire delicadamente oscuro,

la premonición de una lluvia ausente,

el caminar presuroso de pensamientos turbios,

gris, azul, negro, nubes sin fecundar,

el tiempo gastado en banalidades

más allá de cópulas desesperadas,

de la muestra del deseo blando

susurros y palabras de amor,

el tiempo cíclico, repetido y anárquico.

Existe una sequía real y otra mediática,

la insistencia día tras día

en el asunto en que enfocan las agencias:

ayer Cataluña o cualquier derecho social,

hoy la sequía pertinaz

capaz de oscurecer cualquier futuro:

la cultura del pesimismo se filtra en mis neuronas,

¡Cómo voy a correr con veintidós grados en abril!

Y sin embargo con cuatro gotas caídas esta noche

–nocturnidad y alevosía–

huele a primavera llena de amapolas.

Conversan dos hombres calvos y orondos

con enérgico movimiento de manos,

posiblemente unos “enterados” de los noticiarios,

–la ideología social está acabando con el planeta–, dirán.

Cualquier pronóstico puede fallar,

incluso los más catastróficos.

La vida no depende de esos presagios,

quizás sí de las pequeñas vicisitudes personales,

rituales de confianza, alguna caricia,

esa risa que compartiste por una broma inescrutable.

Poema 137: Sequía

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Las tierras altas calizas, aparecen descarnadas,

hay urracas famélicas:

asustadizas de natural, apenas se mueven.

 

El suelo cruje cuando avanzas campo a través,

los lavajos están cuarteados:

una vez hubo agua de lluvia aquí.

 

Docenas de palomos picotean el césped ralo,

en las aceras, regateras y orines se suceden,

una cierta pestilencia lo invade todo.

 

Aún hay belleza en la luz y en el cielo,

los árboles se decoloran deshojándose,

un riachuelo moribundo serpentea en el ocaso.

 

El arado se desvanece en una cortina de polvo,

cuesta respirar,

los ojos se secan sin alcanzar el horizonte.

 

Sigue saliendo agua del grifo,

ignorantes, olvidamos conductas preventivas,

la historia de la lucha por la subsistencia.

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Poema 133: Los acerolos

Los acerolosIMG_20170922_125534

Los dos acerolos tienen acerolas,

hay un muro nuevo que rompe el pinar,

el río apenas soporta tanta sequía,

tañen a muerto las campanas del templo.

 

Hay patos y moscas por doquier,

los viejos gastan los mismos pantalones,

los poemas de la ribera han sido respetados,

el albañil exultante encaja perfecto el adoquín.

 

Los vándalos han estampado su firma en el mural,

el pescador sostiene una conversación filosófica,

nadie le escucha;

unas hojas marcan el inicio del otoño.

 

He comido una docena de acerolas,

su color rojo destaca sobre el cielo azul,

la belleza se esconde en lugares inesperados

en una mañana soleada de septiembre.

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