
Contrastes antropológicos
Al caer la tarde el cereal exhala su perfume,
colma el espacio de un aroma de infancia
que invade la ciudad rodeada de campos de labor.
Salir en bicicleta al declinar el sol
es un embeleso de los sentidos,
el color, el aroma, la luz, el sonido calmo
de las espigas mecidas por el viento.
Allá donde la ciudad penetra en los cultivos
en los márgenes del asfalto invasivo,
desalmados, inútiles e ignorantes
sueltan sus miasmas con nocturnidad:
escombros, plásticos, residuos insoportables
para la vista educada en la sostenibilidad.
Todo el trabajo de décadas de educación
de la búsqueda ilimitada del bien común
se destruye en poco tiempo egoístamente,
en una regresión cívica, estética y pragmática.
Me invade una súbita cólera, enojo, abatimiento,
la fealdad del mundo en toda su amplitud,
el desprecio de los avances colectivos.
El optimismo antropológico cultivado
se enfrenta a la irracionalidad ignorante
de quienes desprecian el futuro colectivo.
Solo las amapolas atenúan la frustración
hiriente de un cierto pensamiento ilustrado.


