Poema 671: Días sin luz

Días sin luz

Qué bonito está el parque y qué desolador el cielo,

plúmbeo, amenazante,

contraste de hojas volanderas, calvas en los árboles

una lluvia incipiente en un lunes oscuro.

Sin saber aún de donde surge la alegría

o el análisis acelerado de un mundo veloz

en el que colocar tics por cada tarea realizada

sin análisis más allá de una charla poco convencional

o de la sorpresa de una celebración.

Algunos días salen redondos por una suma de éxitos,

por la ausencia de simas estrictamente presentes,

por el recuerdo mesurado de aventuras recientes.

La ausencia de luz dispersa la percepción,

activa áreas de permanencia-resistencia mental,

aterriza la mirada en las hojas cobrizas del parque.

Este pesimismo radiado será habitual en otras latitudes,

formas de vida curtidas por borrascas contínuas

y ángulos solares mínimos durante la hibernación;

aquí el viento desordena rutinas y eleva el consumo

de series televisivas y de redes sociales.

La energía potencial aún permite alquilar una bicicleta,

recorrer la ribera del río solitaria al caer la tarde,

contemplar la belleza a la velocidad perfecta.

Continúa la alegría de contraste y el optimismo

inopinadamente, contrario a toda predicción,

basado en una suma indefinida de matices positivos.

Poema 669: La mañana de noviembre

La mañana de noviembre

La luz es novembrina y los árboles

tienen ese color decolorado y amarillento

cae agua sin llover, humedad constante

humus en hojas que cubren el césped.

Las aves migratorias están enfermas

también las ponedoras de esos huevos

que son sustento y alegría en los hogares:

serán sacrificadas sin miramientos.

El ánimo se empapa de los colores

filtrados por noticias de portada;

gente gris con rictus en los rostros

camina por aceras degradadas.

La ventana abierta a la calle es un placer

de sonidos, de laboreo jardinero, de caminantes

que acuden a tomar un café para sobrevivir.

El trasiego del congreso ha pasado,

deja posos e hilos, reflexiones vacuas

y otras intensas acerca del aprendizaje.

Quedarán en el recuerdo ciertas ponencias

amplificadas por la luz soriana y el correr matinal

por la ribera de un Duero extensamente poetizado.

Alegría de la compañía y también de esa soledad

buscada y encontrada en medio de la multitud,

de las disertaciones metodológicas o eruditas.

El soplador de hojas irrumpe y rompe

la tranquilidad de la mañana de noviembre.

Poema 575: La niebla es un estado mental

La niebla es un estado mental

La niebla es un estado mental

presupone el mes de noviembre,

un déficit de luz que encapsula

el entorno y el contorno percibidos,

quietud sonora húmeda y eléctrica

dispersión de luminarias en la bóveda

personal, ampliamente labrada.

Llega con retraso en su endemismo

en el Vallis Oletum,

perturba o emociona a los nativos,

proyecta un frío relente óseo,

establece una cierta identidad pucelana.

Conducir bajo la música de Malher,

–quizás la Canción de la Tierra con barítono–,

inyecta el paisaje difuso en el pensamiento,

difumina la banalidad periférica

en aras de una construcción intrínseca fuerte.

La imaginación viaja en el tiempo

hacia el machismo donjuanesco de espadas,

capas, bravuconerías hueras,

la banalidad rimada de la existencia viril,

un mundo ya indeseado por mi mirada,

cénit de la desigualdad entre mujeres y hombres,

esencia del arcaísmo patriarcal.

El otoño se ha vestido de noviembre

en recuerdos trenzados con jirones de niebla.

Poema 570: Imágenes, belleza cotidiana

Imágenes, belleza cotidiana

Incluso en los días oscuros

puede surgir la belleza cósmica,

el olor del otoño al pisar las hojas secas,

una instantánea del río entre los árboles.

Hay que mirar afuera, olvidar tus conflictos,

dolores, enajenaciones, fracasos,

elevar la vista al cielo casi siempre es estimulante.

La cúpula se alza de nuevo majestuosa,

trece metros de altura, liviana y traslúcida;

es un momento único, –me digo–,

mientras leo al menos una página perturbadora

de La Vegetariana.

Belleza, cultura, historia, algunas rutinas

se oponen al dolor, al cansancio,

al lento decrecer de los días novembrinos,

cuando el mundo parece abocado al extremo

en el que no te encuentras tú.

Eres una hormiga obrera más, un instante

en los eones etéreos del universo,

con el único objetivo de fluir sin memoria

y sin embargo deseas aprehender cada átomo

cada partícula aromática que puedes oler,

cada instante que puedas convertir en belleza.

Poema 565: El tiempo del membrillo

El tiempo del membrillo

En el tiempo del membrillo se fue el sol,

terribles inundaciones,

la súbita caída de las hojas otoñales.

El tiempo de Todos los Santos,

buñuelos, y una escasez de luz

hogareña y de graves estudios.

Permanencia, viajes, castañas,

teatro y declamaciones exaltadas,

la guerra con un velo informativo.

La ironía del encantamiento,

lecturas de autoras epicéntricas

allá donde existió un paraíso,

una convivencia rica y feraz.

Color, botón, hoja, número,

una sombra móvil, incierta,

contraída y menguante,

el color violáceo de noviembre

que espera ansioso esas nieblas

esos diálogos románticos

esos héroes deconstruidos

y la humedad invasora de cementerios.

Poema 471: Don Juan Tenorio

Don Juan Tenorio

Don Juan es un lugar común desde Mozart a Zorrilla,

música cantada y dicción rimada,

la banalidad del mal literaria,

una actividad cíclica en el día de las ánimas.

En esta ciudad aparece sin falta

cuando el otoño, de noviembre se disfraza,

viento fresco, desapacible lluvia,

otros años persistente bruma.

Zorrilla aquí reina a sus anchas:

teatro, paseo, plaza, estadio, estatua,

incluso una casa natal recreada.

El zoom cinematográfico enfoca la escena,

carnaval, la cabeza afeitada,

el jolgorio de una ciudad licenciosa

llenas las calles de espadas y campanas.

Don Juan ejerce su violencia exaltada,

un actor intenso de buen porte y fachada,

enfrenta, exaspera, apuesta y gana;

enamora y besa y a veces dispara.

Nada puede el honor, ni la amistad trabada,

nada la familia ni la sangre amada

ante la violencia y la maldad desatada.

Doña Inés carece de entidad y de armas,

protegida y engañada:

–¡Qué pava!–, dice mi vecina cercana.

No hay feminismo en Zorrilla, solo violencia arcana.

La obra ha sido levemente actualizada:

una guitarra, un coro de risa alborozada,

una voz, un filtro, una pantalla,

el intenso drama con piadosa compaña.

Me maravillo de la emoción suscitada

en la excelsa escena final ansiada:

Inés petrificada llena de fuerza y gracia

domina al averno con su palabra.

Poema 238: La invasión

La invasiónIMG_7190

Entra frío a borbotones, como si una mancha

de alquitrán invadiera la estancia,

entran también los colores,

la húmeda atmósfera exterior

el ruido obsceno y discontinuo de los coches,

la belleza de las nubes-brujas que cabalgan veloces.

 

Entra un espacio en blanco en mi mente,

se rellena de recuerdos:

niños coloridos pisando y esparciendo

hojas secas en un parque,

una mirada al bies de ojos sonrientes,

la fotografía que tomé hace unos meses.

 

Ha llegado de repente la magia de noviembre,

el frío que sostiene las calefacciones,

las masas de hojas que no fui capaz de calcular,

un chapoteo infantil en cada charco,

el brillo del sol oblicuo en las ventanas rojas.

 

Me quedo solo un momento suspendido en el tiempo:

voraz leo un poema extenso,

escribo unas líneas sin ton ni son,

aprovecho para ver el último capítulo de la serie televisiva

que comencé a ver sin respiro dos días atrás.

 

Todo es color, extensión, viento, un haz de luz deconstruido,

la esperanza del azul en un intersticio cenital,

una suma de imágenes hermosas,

la embriaguez que aparece tras el dolor capital,

el dulce reposo extinguida toda ambición estética.

 

En un instante la luz ha cambiado,

he fotografiado el poniente por una hendidura en la nube,

se ha detenido el tráfico en una ráfaga de semáforo,

he creído escuchar el cántico espiritual de San Juan de la Cruz,

quizás ha aullado un perro en la Ronda de la Noche.

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Poema 237: Quietud

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Quietud. Luz opaca esta mañana.

Todos los Santos se ha vestido de gris cálido,

apenas algún amarillo  en las hojas,

capota térmica de manga corta.

 

En mi niñez había niebla y frío,

castañas y hogueras, desapacibilidad.

El húmedo penetrar del viento en los huesos.

Nada permanece.

 

Un gato campa a sus anchas por la orilla del río,

hay otro en una foto de desaparecidos,

la anciana de rostro arrugado los cuida,

forman parte del paisaje ribereño.

 

Mansamente flotan en el aire las hojas diminutas

del árbol mágico,

una urraca confiada se posa al pie de un olivo,

las flores del jardín se han mudado al cementerio.

 

Me gustaría leer un periódico en el parque,

saltarme toda la política y las noticias,

llegar a la cultura como un naufrago friki,

demorarme como la mañana en las palabras.

 

El día traerá otra belleza y un viaje,

sorpresas llenas de color y cierta aventura,

quizás con suerte el sonido del mar

pero nada comparable con esta quietud matinal.

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Poema 192: Una luz azul en la mañana de noviembre

Una luz azul en la mañana de noviembreIMG_20181116_194112

Una luz azul en la mañana de noviembre

tras la lluvia, tras la muerte.

Me asusta la humedad, los huesos fríos,

el silencio del que ya no regresa.

 

Queda una construcción mental,

individual y colectiva del desaparecido,

una sombra de vivos colores aún,

un reflejo y una voz disueltos en el aire.

 

Ciertas palabras, ideas, seguridad,

las barbas de tu vecino,

un charco al que no habías prestado atención,

abrazos cotidianos ahora ya singulares.

 

Inacabado, el tiempo, el paseo,

el momento de belleza sublime,

esa página que estabas escribiendo,

esa despedida ensayada con las palabras exactas.

 

El vórtice o la estela de su paso vital

se cerrará con los problemas cotidianos,

una cicatriz hermosa, de cirujano plástico,

un aviso licuado en pequeños sorbos vitales.

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Poema 4: Noviembre

                 

  IMG_20141107_081429                     Noviembre

Cada día es un espectáculo diferente,

una emulsión de color, de brisa, de lluvia,

una oleada de emociones verticales,

divinidad humana, excelencia, vida.


Cada día, – cómputo gregoriano, cadena

de segundos que se desangran -,

es la suma perfecta de instantes de íntima

alegría, la resta de valles de cansancio pesimista.


Cada día tiene su propia sustancia y no se repite,

emblema blasonado, diáspora de ideas,

un punto luminoso en un inesperado escorzo,

una lágrima desgajada de la emoción madre.


Cada día me obliga a situar una cifra en el color

violeta del noveno mes romano, setas,

la pluralidad multiforme del bosque habitado,

botas fuertes sobre las ramas crujientes.


Cada día alzo el cuello hacia el viento frío de

la madrugada para aprehender por los sentidos

los restos de la luz nocturna, los sonidos urbanos,

la olfativa podredumbre de hojas, ramas y rocíos.

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