Poema 587: Lluvia cantábrica

Lluvia cantábrica

Monotonía, liquen, torre fortaleza,

proyecto de visitar un museo,

danzan las anjanas en el cielo,

cielo gris, sin esperanza inmediata.

Los espíritus y la desesperanza

vuelan bajo, planean sobre la costa

llena de fractales y musgo,

agua que cae en cascadas bajo el abrigo,

lugar de vida prehistórica.

La humedad comba los libros y la madera,

oxida el hierro y carcome la voluntad,

también hace apreciar de manera infinita

los días soleados tan escasos.

La escritura se hace densa e insoportable,

también la lectura con la baja presión.

Cartarescu quizás no es una buena elección

de prosa para estos días opresivos.

Echo de menos la lumbre y su puchero,

los amaneceres dorados y los ocasos violáceos,

echo en falta la risa sin motivo,

los juegos de palabras ocurrentes,

la luz en mis ojos vivos, inquietos,

plenos de ansia de gozar cada instante.

Monotonía y volumen monocorde

en tejados gris pizarra de reflejo celeste.

Poema 544: Memoriam Omnium Rerum

Memoriam Omnium Rerum

En la velocidad el vértigo oculta la belleza,

–montañas calvas, morrenas, canchales–,

los volcanes y el pavor ancestral heredado,

un lago verde, charco marino, montaña negra,

la calma de unas horas hermosas e incógnitas.

La vista traiciona cuanto anhela,

sin embargo, la piel absorbe, funde, clarifica,

la nariz transporta, evoca, mitifica y desnuda.

El recuerdo de los hitos se posa en una veleta,

el sonido del viento y un clic metálico

que la mano de mi hijo produce en el mástil.

La Ensalada César tras la agotadora jornada,

el cuerpo que busca recuperar sales y energía,

luz verde sobre el estanque trapezoidal:

una pata triangula las aguas con sus vástagos,

cañas, enredaderas, lavandas, césped y un tractor.

Puestas de sol lentas, contemplación,

antes de una cena doméstica y deseable,

días de lectura, de creación de poemas simples,

calma y reposo de todos los sentidos.

El envolvente museo de la igualdad,

reivindicación sutil de los nuevos tiempos

y un viaje de reencuentro ascético del trance.

Poema 543: El museo

El museo

Un oasis incluso en un pueblo que rezuma cultura:

ha conservado su barrio judío,

organiza jornadas culturales y conciertos,

y mantiene una espléndida biblioteca y algunas librerías.

El museo Pérez Comendador-Leroux

ocupa un hermoso palacio bisecular,

se abre a un jardín romántico con cenador

un lugar de reposo idílico para leer

al pie de una fuente cantarina sobre una pilastra.

Recordaba de visitas anteriores el lugar

como un homenaje casi exclusivo al gran hombre,

escultor prolífico de desnudos, conquistadores y santos.

La grata sorpresa fue la integración en igualdad

de la pintura de Madeleine Leroux:

ya no es musa y esposa, sino gran pintora de viajes,

detallista magnífica, artista revalorizada.

Entre desnudos escultóricos bellísimos

y figuras ciclópeas y colosales de Enrique

se abre paso un delicado autorretrato de Madeleine

por cuya voluntad, trabajo y tesón se abre este museo,

lugar de encuentro y comunión y diálogo

de las obras de estos dos grandes artistas.

Poema 352: Magritte

Magritte

Me sitúo delante de un cuadro

y en ese instante el cuadro es mío,

puedo obtener todo de él:

lo miro con avaricia, con gula,

con soberbia y un punto de lujuria.

Siento un instante de admiración fugaz,

me fundo en una fotografía secreta en él.

Nadie interfiere en mi relación carnal

con la pintura,

puedo entrar allí y observar la silueta

o la luna delante del árbol,

las nubes o la manzana tan verde,

puedo casi sentir el tacto en la piel de esas mujeres

que se difuminan en el horizonte.

La fusión es tal que me olvido de la realidad,

las leyes físicas son las que ha diseñado el artista,

los gestos y los objetos me mimetizan en el óleo

cual camaleón que allí habita con disimulo.

La filosofía del arte modifica mi mirada,

la arrastra hasta extremos insospechados,

transmuta las palabras en vivencia desordenada,

antes de ser absorbido por el cuadro siguiente.

Poema 71: La mirada de mis hijos

    La mirada de mis hijosIMG_20160320_180029

La mirada de mis hijos en un museo

desborda las interpretaciones mojigatas,

cuadros de un intenso colorido,

una acróbata que no es más que su sombra,

la mujer de dos caras, enfadada,

Jacqueline divertida, el gato en el estómago

de una mujer azul,

una madre enorme con su sombra adherida

y manos desproporcionadas acuna a su bebé.

Picasso dibuja en el documental

con facilidad pasmosa;

los visitantes se detienen, con una sonrisa,

a escuchar las inocentes interpretaciones

infantiles no tan descabelladas.

 

En la primera ocasión sacan sus lápices,

comienzan el dibujo en una servilleta,

han captado las formas, la descomposición,

la espada tras la que se esconde el mosquetero,

el simbolismo de unos erizos esquemáticos.

 

Mi sonrisa revela la satisfacción educativa

ante el aprendizaje, la riqueza pictórica

absorbida tras la visita a un museo.

placio picasso