Poema 673: Danza Volandera

Danza Volandera

La danza que provoca el viento en las hojas

nos conduce irreversiblemente al invierno.

El sol de San Andrés tras la lluvia de ayer

es un trampantojo, un falso decorado

en un mundo que asume la esclavitud:

omnipotencia de la riqueza sobre las personas.

Las conversaciones durante la celebración

del falso santón matemático Bourbaki

aún colean en la mente de los verbeneros:

efervescencia juvenil en las aulas,

jornadas eternas de trabajo incipiente,

el lenguaje reestructurador de cerebros

o recuerdos de un viaje remoto y dudoso.

La noche es patrimonio de los patines eléctricos,

la juventud marginal cambiando el rumbo,

la fuerza inveterada de los aspirantes al trono,

capaz de reorientar gobiernos empero no poderes.

El mismo viento volandero revuelve las nubes,

las condena a un infierno de colores en el ocaso,

un horizonte que atrapa la vista y te engulle.

Poema 672: Tres saludos a la ventana en la despedida

Tres saludos a la ventana en la despedida

Cada mañana vuelan sin libertad

esclavos de la hora, del tiempo estructurado,

de un aprendizaje ascendente en la estabulación.

Tres saludos a la ventana o uno austero e insomne,

el legado educativo de un acompañamiento paterno,

rutinas de sostén y confianza.

Ella taconea segura, marca la línea recta de la prisa;

él se esconde bajo una capucha anónima,

rearma su dispositivo móvil y camina con fuerza

pese a la apariencia de indiferente levedad.

Algunos días transitan en paralelo

hermanados por el camino y las circunstancias,

despiertan la sonrisa del observador en la ventana

y completan un hábito placentero.

El espectador predice los giros de cabeza automáticos

mientras de forma poética absorbe la luz auroral,

la escarcha de los amaneceres helados de noviembre,

el color maravilla del ocaso de los plátanos ornamentales.

Minutos más tarde, finalizado este poema,

el autor recordará los saludos rituales de esos adolescentes

al paso veloz de su vehículo por el templo educativo:

ahí está el núcleo de mi felicidad–, se dirá de forma ampulosa,

esclavo a su vez de cumplir decentemente con su faena.

Poema 671: Días sin luz

Días sin luz

Qué bonito está el parque y qué desolador el cielo,

plúmbeo, amenazante,

contraste de hojas volanderas, calvas en los árboles

una lluvia incipiente en un lunes oscuro.

Sin saber aún de donde surge la alegría

o el análisis acelerado de un mundo veloz

en el que colocar tics por cada tarea realizada

sin análisis más allá de una charla poco convencional

o de la sorpresa de una celebración.

Algunos días salen redondos por una suma de éxitos,

por la ausencia de simas estrictamente presentes,

por el recuerdo mesurado de aventuras recientes.

La ausencia de luz dispersa la percepción,

activa áreas de permanencia-resistencia mental,

aterriza la mirada en las hojas cobrizas del parque.

Este pesimismo radiado será habitual en otras latitudes,

formas de vida curtidas por borrascas contínuas

y ángulos solares mínimos durante la hibernación;

aquí el viento desordena rutinas y eleva el consumo

de series televisivas y de redes sociales.

La energía potencial aún permite alquilar una bicicleta,

recorrer la ribera del río solitaria al caer la tarde,

contemplar la belleza a la velocidad perfecta.

Continúa la alegría de contraste y el optimismo

inopinadamente, contrario a toda predicción,

basado en una suma indefinida de matices positivos.

Poema 670: Máximo placer

Máximo placer

La luz de la mañana, el aire frío de esta borrasca,

la silueta brillante de la luna menguante

y una colección de libros, papeles, erudición

tras el olor exuberante del café

convierten esta hora en un disfrute de los sentidos.

Ya no existe un trávelin del amanecer

mientras escuchaba pomposos relatos musicales:

se imponen algunos poemas de contraste,

el terrible siglo veinte en el este europeo,

la tesis profunda y documentada

sobre la igualdad natural o la historia revisada.

Despido a mis hijos que caminan con energía

hacia su propia captación del saber,

escenas memorables con fondo otoñal

de un paseo de árboles caducifolios en decoloración.

Mi conciencia solo me permite unos minutos de placer;

antes de reintegrarme al flujo laboral

observo el lejano brillo de un sol naciente,

unas nubes rosadas, un comando de jardineros

afanándose en la recogida de las hojas incontables.

El boli Bic me llama desde la portada de un Moleskine:

mínimas reflexiones personales de cada día,

la oscilación trigonométrica del estado de ánimo,

las novedades meditadas o improvisadas,

la vida revisada meses o años después.

El placer tiende a su fin según se aclara el día

y el enfoque se vuelve pragmático desde la poesía:

un elevado punto de partida para la lucha cotidiana.

Poema 669: La mañana de noviembre

La mañana de noviembre

La luz es novembrina y los árboles

tienen ese color decolorado y amarillento

cae agua sin llover, humedad constante

humus en hojas que cubren el césped.

Las aves migratorias están enfermas

también las ponedoras de esos huevos

que son sustento y alegría en los hogares:

serán sacrificadas sin miramientos.

El ánimo se empapa de los colores

filtrados por noticias de portada;

gente gris con rictus en los rostros

camina por aceras degradadas.

La ventana abierta a la calle es un placer

de sonidos, de laboreo jardinero, de caminantes

que acuden a tomar un café para sobrevivir.

El trasiego del congreso ha pasado,

deja posos e hilos, reflexiones vacuas

y otras intensas acerca del aprendizaje.

Quedarán en el recuerdo ciertas ponencias

amplificadas por la luz soriana y el correr matinal

por la ribera de un Duero extensamente poetizado.

Alegría de la compañía y también de esa soledad

buscada y encontrada en medio de la multitud,

de las disertaciones metodológicas o eruditas.

El soplador de hojas irrumpe y rompe

la tranquilidad de la mañana de noviembre.

Poema 668: Soria

Soria

Río Duero, lejano, corro a tu lado,

antes, los ancestros poetas…

Luz de otoño, hojas multicolores,

la Biblia esculpida sobre la vésica piscis.

Alguien habla y habla y transmite

ideas, proyectos, ambiciones.

No es fácil llegar al río, ver los arcos,

entender toda la piedra que salmodia.

Remozada, más comercial y cosmopolita,

mapa en mano transitan emblemáticos lugares.

Nadie apuesta por caminar bajo la lluvia,

un arco, una muralla, muchos escudos.

Se ha detenido el tiempo en la modernidad,

reluce para el caminante el libro de poemas.

Alta e inexpugnable, orgullosa de sí,

maitines ancestrales dentro del templo.

La mirada es intensa por momentos,

no se había apagado antes del brillo de la historia.

Poema 667: The Wind

The Wind

Mucha expectación y el paraguas SEMINCI,

afuera llueve y el público es diferente.

La orquesta se comprime sin apenas vientos,

mucha percusión y cuerdas graves,

un piano de continuidad.

El espectador se debate entre la imagen,

–poderosa, nítida, casi centenaria–

y el sonido cronografiado de la música:

vuela el segundero digital del director

con máxima concentración orquestal.

El viento y la arena angustian al público

lo introducen paulatinamente en la cabaña,

y no lo abandonan hasta el éxtasis final.

En el baile palmean los percusionistas,

alegran la precariedad social de los colonos:

suciedad total y resiliencia.

La tensión presexual tras la boda es magnífica,

también las elipsis más desagradables:

el nuevo lenguaje narrativo fílmico

había alcanzado la cumbre del cine mudo.

Arte y antropología, veracidad y música,

una fusión sublime y magnífica del pensamiento,

una elevación del espíritu pionero,

inspiración poética total en la amalgama de los sentidos.