
La Ciudad
Ciudad sucia, deslavazada,
granito sobre el que se ocultan sombras,
figurantes de la urbe,
despojos humanos perseguidos.
Churretones, pises, el suelo poético hundido
por el peso del tráfico,
sin apenas mobiliario urbano donde sentarse.
Ruido y obra permanente,
un templo del neoliberalismo salvaje.
Algunas florecillas como reclamo:
un musical, una exposición culta,
restaurantes temáticos,
lugares donde monetizar al turista.
Se reúnen cinco jóvenes ciclistas:
son repartidores alegres al lado de Ópera,
sobreviven en esta jungla,
saltan de liana en liana y sonríen
listan sus cuitas y sus rutas de servicio
para no terminar siendo sombras.
La policía a caballo es un reclamo turístico:
largas porras, enormes animales,
el suelo rugoso retumba bajo las herraduras.
Artistas de tercera fila son desplazados,
la cultura vive en otros barrios, exiliada,
más allá del anillo contaminado.
Franquicias y mercados ocultan
pequeñas librerías amistosas,
lugares en los que se reúnen los desterrados,
un submundo oculto a la vista basta,
a los movimientos salvajes crematísticos.
La vida renace en los intersticios del granito,
de las losas sepulcrales de la ciudad:
entre el ruido de las taladradoras
se eleva un Nessun Dorma tenor
en el corazón mismo de la Puerta del Sol.






