Poema 659: El otoño del ciclista

El otoño del ciclista

Una suave llovizna impregna la tierra seca,

huele a petricor en un horizonte plúmbeo

sin apenas movimiento en el campo visual.

Pedaleo contra el viento, entre ocres y amarillos,

dejando que la llanura penetre en mí,

vacíe mi mente, consiga integrarme con el paisaje.

Mínimas mariposas blancas sorprendidas

alzan el vuelo desde los cardos resecos de la cuneta,

cruje el suelo, saltan las piedras,

respiro, olfateo, fotografío, me embeleso con todo.

Soy un ser mínimo entre viñas y girasoles renegridos,

rastrojos, lavajos vacíos de fondo seco y cuarteado,

un redil desierto y la inmensidad de un rayo de sol

que asoma en el confín del planeta.

La velocidad de contemplación ideal de la bicicleta

es ahora un ritmo meditativo,

una aproximación al trance alejándome del vértigo.

Vacío por fin la mente y el cuerpo suda con el esfuerzo

solo existe el camino en esta levedad otoñal.

Poema 641: Saudade

Saudade

La saudade la proporciona el clima atlántico,

un cierto agotamiento ante la resistencia,

quizás los referentes románticos literarios

o la belleza que se diluye lentamente en el mar.

Cuando se apodera de un espíritu lo anega;

intentas sacudírtela con música o literatura,

impregnado de ella te vuelves solitario y recóndito

mas se retroalimenta de la propia belleza artística.

En otras latitudes amanece con otros nombres,

deja también rastros artísticos muy emotivos

aunque no tiene el arraigo portugués:

quizás sea la sonoridad del idioma

o la historia lusa o el abolengo poético.

El año de la muerte de Ricardo Reis

es la cumbre literaria más cercana al epicentro:

conoce a todos sus ascendientes, les rinde homenaje,

también a Antero de Quental que se inmoló en esta isla.

San Miguel es un lugar bellísimo y cambiante,

próspero e incipientemente turístico,

una isla en la que la meditación te anega

como la lluvia fina que inesperadamente te empapa.

La saudade puede aturdirte y zombificarte,

puede rozarte y transportarte a goces sublimes

a un estado del alma en carne viva

cercano a una divinidad limitada y condicionada.

Poema 576: La Edad

La edad

Hay un tiempo en que el tiempo se detiene,

hay días del año en que todo se repite,

rostros conocidos simulan continuidad,

obvias arrugas, calvicies o canas,

lo afectuoso esconde con eficacia las miserias,

los duelos y los quebrantos.

El desfase de autopercepción funciona,

y en el juego de naipes puedes triunfar,

acostarte ese día satisfecho tras un gin-tonic,

y un cúmulo de conversaciones no siempre banales.

Revisarás al día siguiente las fotografías,

las palabras y las noticias de los hijos,

echarás de menos a quienes ya no cumplirán

los ritos iniciáticos de las matemáticas.

Se ha pasado la vida en un suspiro entre Bourbakis,

docencia, viajes y algunos poemas interesantes.

A solas, en el silencio aún vibrante de la noche

meditarás acerca de la propia insignificancia:

has transitado calles vacías y máscaras remotas,

necesitas un nuevo filtro de miope belleza

capaz de cubrir la órbita elíptica completa.

Satisfecho, comienzas a tejer una senda

de placeres, emociones, lecturas fascinantes,

la existencia local que desenfoca el plano cenital.

Poema 488: Concatenaciones

Concatenaciones

Los conos de la niebla son incontables,

efímeros, no existen.

Existe la luz, el polvo cósmico, la oscuridad.

No hay tiempo para observar,

apenas para meditar, salvo prescripción psicológica.

Más efímera aún es la agenda comunicativa:

se enfoca en un tema que a nadie importa

hasta que importe, hasta que incomode y perturbe.

El desasosiego domeña la risa, el humor,

aumenta la velocidad vital, la insignificancia que somos.

Trato de identificar, de adivinar la nimiedad

que una lectora avezada extraerá del poema,

–de la pretenciosidad con la que llamo poema al texto–,

quizás estará aquí, en la ostentación cursiva…

Existe el día que se abre paso en la tiniebla

entre sopladores de hojas y paseantes de perros

y sus conversaciones trascendentes y emotivas.

Existe la luz diáfana, las horas productivas,

el trabajo rutinario que nadie mira.

Poema 482: Rituales de año nuevo

Rituales de año nuevo

Claridad, el cielo empedrado de los refranes,

otro clima, el deseado pero complejo;

rituales, una piedra erosionada por el mar,

algunas repeticiones año tras año en este día primerizo

en el que parece que todo vuelve a comenzar.

Los ritos son tan antiguos como la consciencia de la especie,

supersticiones reincidentes, emular la felicidad de ese instante,

aquel baño joven de divinidad en la playa dividida

quizás ya no se repita en mis años de madurez.

Voltean campanas en alguna iglesia remota

en la que se adorará una efigie niña;

acudirán los fieles conservadores con sus mejores galas,

dejarán unas monedas como símbolo de estatus,

rezarán y repetirán oraciones como instrumento de meditación,

la estructura ordenada antes del posible desenfreno.

La playa y un libro son una forma hermosa de inauguración,

el deseo de vivencias y lecturas, de transporte

más allá de los límites rígidos que la vida diaria nos impone.

Un paseo, sentir el viento en el rostro,

observar la belleza natural de los acantilados horadados y esculpidos

por la aleatoriedad de las olas marinas,

esos placeres ceremoniales, elevan el espíritu hacia la eternidad.

La fuerza de los versos bimilenarios de Safo, traducidos y cantados de nuevo,

constituyen el hito-guía para navegar entre incógnitas y esperanzas

en el año que comienza bajo el signo del viento y el sol

que asoma ávido bajo el cielo empedrado de los refranes castellanos.

Poema 252: Dispositivos

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El móvil oculta la poesía que está a la altura de tus ojos,

desbarata la concentración de tu mirada,

la vuelve rastrera y opaca,

solo capaz de ser aumentada y pixelada.

 

De repente lo ves todo nítido,

recuerdas la luna de anoche, lúbrica y erótica,

las motos que resonaban en la niebla hace unas semanas,

la bandada de pájaros migratorios en la curva del Pisuerga.

 

El vecino se apresura a deshacerse de su cigarro,

como si escondiera una infidelidad,

el más chulo de la clase desapareció absorbido

por el cruel humo del que tanto fardaba.

 

Has dejado de fijarte en los árboles esqueléticos,

en los muñones visibles tras la poda,

en el sufrimiento de las cortezas retorcidas por el hielo,

en el aparente holocausto dejado por el invierno.

 

Más de cien veces al día consultas tu dispositivo,

prolongas tu mano, te conectas a un mundo virtual

alejado de la pincelada maestra del arte que te rodea,

cada estímulo es un hilo que te une al mundo.

 

Necesitas pausa y concentración, meditación,

escritura reposada y arduas tareas físicas para olvidar,

soledad y multitud, consciencia metafísica

del tiempo en el que vives y sueñas y disfrutas.

 

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