Poema 587: Lluvia cantábrica

Lluvia cantábrica

Monotonía, liquen, torre fortaleza,

proyecto de visitar un museo,

danzan las anjanas en el cielo,

cielo gris, sin esperanza inmediata.

Los espíritus y la desesperanza

vuelan bajo, planean sobre la costa

llena de fractales y musgo,

agua que cae en cascadas bajo el abrigo,

lugar de vida prehistórica.

La humedad comba los libros y la madera,

oxida el hierro y carcome la voluntad,

también hace apreciar de manera infinita

los días soleados tan escasos.

La escritura se hace densa e insoportable,

también la lectura con la baja presión.

Cartarescu quizás no es una buena elección

de prosa para estos días opresivos.

Echo de menos la lumbre y su puchero,

los amaneceres dorados y los ocasos violáceos,

echo en falta la risa sin motivo,

los juegos de palabras ocurrentes,

la luz en mis ojos vivos, inquietos,

plenos de ansia de gozar cada instante.

Monotonía y volumen monocorde

en tejados gris pizarra de reflejo celeste.

Poema 483: El sendero de la costa

El sendero de la costa

El sendero serpentea entre tojos y zarzas,

conecta playas y bordea fincas abandonadas,

sigue la orografía de la costa como un fractal

y multiplica las distancias aparentes.

El tránsito por esos lugares tan bellos

simula una metáfora de la vida:

serpentear sin un fin aparente, avanzar

pendiente de las rocas y las raíces,

sentirse un dios en las cumbres,

descubrir playas incógnitas y simas intransitables,

desfallecer y seguir caminando.

La luz del cielo, tan cambiante, hace verdear el mar,

o lo envuelve en una bruma que anuncia lluvia:

desearía vivir en aquella antigua mansión enorme,

pero también en la exigua torre moderna;

de pronto, empapado, me digo que este clima es cruel

al igual que pensaba la semana pasada

bajo la niebla persistente de Castilla.

El fulgor está dentro de cada uno de nosotros,

está en un verso que me ha conmocionado,

en la voz de esa cantante que me obsesiona,

o en ese recodo del sendero que se abre a la luz marina,

a una nada infinita mecida por el ruido constante de las olas.

Regreso por otros caminos más seguros,

mitificando cada paso que di entre el barro,

creando un mapa mental que pronto olvidaré

entre el ruido obsceno de la ciudad y las urgencias laborales.

El atardecer se eterniza como si me tuviera cautivo,

me urge a volver a las minuciosas rutinas innobles,

al calor de un hogar tejido en estos cuatro días.