Poema 660: Melancolía otoñal

Melancolía otoñal

La luna se acuesta en una secuencia fotográfica

una maravilla, una impaciencia pese a su velocidad.

El signo de los tiempos es tecnológico, veloz,

mucho más que la velocidad de procesamiento

melancólico de las neuronas implicadas.

Las tardes aún largas, secas y calurosas

se oponen con fuerza a la languidez anímica,

a los pensamientos evolutivos fruto de la edad.

Alcanzas a ver ojos llorosos y decaimiento eventual

la vida por delante erizada de espinos y trampas,

también de una belleza sublime por averiguar.

Este otoño no traerá búsquedas micológicas

sino sequía y crujir de suelos castigados por el sol,

tal vez música y tal vez silencio y más silencio.

La autoestima cotiza en la bolsa local y universal

fluctúa siguiendo algoritmos recónditos,

conversaciones, deportes, acontecimientos.

Revives momentos estelares en fotografías antiguas,

agrandas la percepción de tu paso por el mundo,

viajes, confidencias, secretos de medio punto.

Termina el tiempo de introspección poética

por motivos laborales acumulados en montañas

de excelsa burocracia, de selección de contenidos,

más allá de los estados de ánimo o del marco otoñal

de este mes de octubre aún verde y ya decreciente.

Poema 648: Vacaciones

Vacaciones

Los días se suceden en una rutina placentera

en la que los sobresaltos son mínimas alteraciones

de la meseta rodeada de lagos y montañas.

Los estados de ánimo son cambiantes

dentro de una onda sinusoidal bastante aplanada,

cumbres lectoras, conversaciones,

un baño helado solitario desnudo en un paraje recóndito,

la canción oportuna en un momento de reposo.

Los valles mínimos anímicos llegan como contrapunto

a esos momentos sensoriales en los que nada sucede.

El calor soslayable con agua fría y sombras centenarias

aplana toda disidencia discursiva

en el interior de este mundo natural de cantos de gallo

de grillos y chicharras, de aves que se conciertan en el ocaso.

Al levantar la vista todo es verde, oloroso, inalcanzable;

los habitantes-hormiga domeñan frutales y huertos,

dan de comer a sus cabras para después ordeñarlas,

comercian con el fruto de su esfuerzo ancestral.

En este silencio lleno de ruidos apenas hay vehículos,

los pensamientos de intendencia nivelan ancianos volcanes,

vacuidades pasadas o futuras, proyectos más o menos arriesgados.

Los círculos concéntricos se completan con cierta tolerancia,

con la mirada miope y olvidadiza que desenfoca el deseo

de otros parajes, otras latitudes y otros azules yodados.

Permanecer durante un tiempo indefinido y ateo

es la única misión de las circunvoluciones cerebrales.

Poema 385: Calor

Calor 

Hemos visto en series y películas  

la locura que puede producir el calor sostenido, 

las noches sin dormir, 

la búsqueda comunal de un chivo expiatorio. 

Hay fórmulas de equilibrio: parques, árboles, ríos. 

Modernamente una piscina 

y siempre, oscuridad, corriente de aire, 

bodegas en el subsuelo. 

Hemos pasado, sin apenas transición, 

del frío al infierno, aún los cuerpos encogidos, 

la piel blanquísima, los rostros enmascarados 

y ahora libres. 

Los medios de comunicación no ayudan, 

crean una alerta colectiva desmesurada, 

como aquellas que llevaron a vaciar supermercados, 

a cargar con decenas de rollos de papel higiénico. 

Hace un calor real y un calor mediático, 

este último, unos diez grados superior. 

Ayer pensé que cuando lleguen tres días sin calor 

lo echaremos de menos: 

los baños nocturnos, los paseos posibles en la oscuridad, 

el motivo de queja por las vicisitudes diarias 

concentrado en este enemigo común invisible que es el clima. 

No afecta por igual a todos como la muerte o la enfermedad: 

el clima puede sortearse con energía y dinero, 

viajando, emulando las migraciones o antimigraciones 

cual aves poseedoras de recursos suficientes. 

Caerán los débiles que pudieron sortear la pandemia 

y aquellos que no puedan protegerse de su pobreza. 

Poema 180: Vida natural

Vida naturalCaptura de pantalla 2018-08-08 a las 19.19.50

El agua corre, salta, brinca, sortea rocas

grita de júbilo ante su libertad

en un descenso vertiginoso

por gargantas de enormes piedras.

 

El sonido del agua es una bendición

para el oído estresado por el tráfico

o por una jauría de centenares de adolescentes

desbocados a la hora del recreo.

 

Grillos y cigarras compiten contra el silencio,

a veces una corriente de viento susurrante

se cuela por los cañones horadados

por el agua durante milenios.

 

Desnudo, tumbado en la roca,

mi cuerpo absorbe el calor del día,

el oído capta todos los matices del agua

y la vista se relaja en las hojas móviles del castaño.

 

Cada hora pasada en la naturaleza

es un regalo y un privilegio,

el recuerdo ancestral almacenado en los genes,

un gozo para todos los sentidos.

 

Las huellas de uno o varios lobos,

en la umbría de la Pista Heidi

descarga mi adrenalina y tensa mis músculos,

aguzo vista y oído mientras sigo caminando.

 

Hay moscas, arrancamoños, zarzas,

parásitos escondidos en los helechos

que flanquean el camino centenario

entre vallados de prados escalonados en terrazas.

 

La fuerza de tu espíritu se pone a prueba

con el calor sofocante, los pinchazos, el sudor,

las ortigas que inoculan su veneno en tu piel,

y los múltiples obstáculos que esconde cada senda.

 

Minimizas todos esos inconvenientes

o los sopesas con la luz cambiante e indescriptible,

la fragancia aromática de las riberas del río

o la sensación atávica de libertad.

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Poema 135: Ruina

Ruina

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Ruinas y la estela del hombre,

la destructiva presencia ignorante,

el aprovechamiento de cada piedra,

las majadas protegidas del lobo y el zorro,

miliarios en la vía pecuaria.

 

Cardo y decumano, geometría simple,

un anfiteatro desprotegido de las murallas,

los muertos incinerados,

estelas o lajas señalan el enterramiento,

viento y sedimentos y ruina.

 

El calor reseca todo, salvo los olivos,

cargados de fruto ofrecen su sombra

al caminante viaplatense,

amargas olivas listas para ser quemadas,

el objetivo de la cámara no perdona el detalle.

 

Jóvenes parejas se besan

sobre el maderamen que protege las termas,

sonríen sobre las ruinas,

satisfechos de su erotismo

imaginan la sensualidad de veinte siglos.

 

No hay techo, ni banderas, ni rutina,

el foro aún no está excavado,

nadie habla más allá de unos tópicos de Historia,

mientras, un milano sobrevuela el conjunto

en busca de alacranes cebolleros.

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Poema 97: Oficio de poeta

       Oficio de poeta

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El calor de la lumbre de un poeta

está en la llamada de un espacio en blanco,

en la voz dubitativa, en la imagen

que aparece en un limbo mental.


Ahí reside su alegría, su esperanza,

¿cómo se pesa el cariño?

¿cuál es la idea que quedará en el lector?

¿puede un escritor aficionado llamarse poeta?


El calor está en la mirada,

en el árbol decadente iluminado por el sol,

en unas hojas volanderas multicolores,

en un encuadre que nadie más puede ver.


Ahí reside el secreto iniciático,

en una combinación ilegal de palabras,

en el traspaso de los límites cotidianos

o en la huida de los lugares comunes tan nefastos.


El calor está en la necesidad creativa,

forja sin ideas preconcebidas,

o germen impúdico, dinámico

transformado y alabeado en cada instante.


Ahí reside la gracia, la metacognición,

el instante de desánimo convertido en poesía,

la lucha constante de la mirada, la ética

la lógica y el estado de ánimo tan tenue.


El calor está en algunos mágicos instantes,

en la chispa que prende con fiereza

y ya no es posible renunciar a ella,

en la capacidad aprendida de moldear un verso.

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