Poema 659: El otoño del ciclista

El otoño del ciclista

Una suave llovizna impregna la tierra seca,

huele a petricor en un horizonte plúmbeo

sin apenas movimiento en el campo visual.

Pedaleo contra el viento, entre ocres y amarillos,

dejando que la llanura penetre en mí,

vacíe mi mente, consiga integrarme con el paisaje.

Mínimas mariposas blancas sorprendidas

alzan el vuelo desde los cardos resecos de la cuneta,

cruje el suelo, saltan las piedras,

respiro, olfateo, fotografío, me embeleso con todo.

Soy un ser mínimo entre viñas y girasoles renegridos,

rastrojos, lavajos vacíos de fondo seco y cuarteado,

un redil desierto y la inmensidad de un rayo de sol

que asoma en el confín del planeta.

La velocidad de contemplación ideal de la bicicleta

es ahora un ritmo meditativo,

una aproximación al trance alejándome del vértigo.

Vacío por fin la mente y el cuerpo suda con el esfuerzo

solo existe el camino en esta levedad otoñal.

Poema 658: Sentarse

Sentarse

Las protagonistas se sentaron a opinar

en torno a un libro,

se sentaron a protestar en medio de la calle,

cada cual buscaba su identidad

no perder esa humanidad tan cara,

contraponer su poder colectivo

a esa marioneta frívola y provocadora.

Vi volar un edificio y después otro,

constancia y contumacia en la destrucción,

una y múltiple, en el avispero del mundo occidental.

Los pequeños éxitos se retroalimentan,

belleza interior y exterior y dos besos inesperados

mientras contemplaba Usos amorosos de la posguerra,

un universo diferente, un salvavidas en el vacío acontecer.

Clamaban con los colores de la derrota, del hambre,

de la destrucción,

banderas, pañuelos, la superioridad ética sin retórica.

Alguien comentaría después la presencia extraña

de un espontáneo con gorra y bermudas:

risa y zarabanda, apertura Kachaturian,

y el vuelo desenfrenado de la imaginación verbal.

Reventaron vallas y costuras y el tiempo y la exhibición

se detuvieron simultáneamente

y reinó durante horas ese caos alegre y festivo

aun sabiendo que solo era una batalla lejana comunicativa.

Una luz en el bosque de abetos en penumbra[1].


[1] Ana Ajmátova, Poema sin Héroe

Poema 657: La feria de las ilusiones

La feria de las ilusiones

Amaneces corriendo para acceder a la rutina,

un trote pausado por el pinar

conversando con un pasado lleno de anécdotas,

polvo septembrino, cargado de libertad veraniega.

–¿Y tú qué ilusión tienes? –, me preguntó.

La máquina cerebral comenzó a bucear

en bases de datos olvidadas, en la penumbra

de un recordar mustio y desentrenado.

Mis ilusiones de hoy se ausentarán mañana,

un viaje, una ópera, una cierta continuidad lozana,

un ruido mediático descendente,

el fin de conflictos que no son del todo ajenos,

una risa relajada probablemente efímera,

una feria oscilante de ideas mutantes.

La ilusión del recuerdo activo, de la narración,

la austeridad y sobriedad de las múltiples vivencias,

esa mirada poética que transforma lo ordinario

en una suma de minúsculos milagros coloreables,

un encuadre inesperado y burlón,

convierten cada día en aventuras acotadas fortuitas.

La experiencia dice que si resistes aparece esa llama

vibrante que ilumina el estado mate de tus ojos,

crea circuitos neuronales de alta tensión,

te sorprende en tu minimalismo lírico,

aporta hilos convenientes o proyectos prometedores.

La feria de las ilusiones viene y va oscilante,

a veces extenuada y otras presa de incipiente euforia

moldeando expectativas y costumbres,

enseñoreándose de cada uno de mis pensamientos.

Poema 656: La vida teje su telaraña pacientemente

La vida teje su telaraña pacientemente

La vida teje su telaraña pacientemente,

nubes de humo, trampantojos,

la sensación estética de una alegría efímera,

un proyecto que dura el instante de la sinapsis,

el tiempo necesario para activar alertas ancestrales.

La masa se reúne expectante entre las sombras

de un parque nominalmente desfasado

para observar el enderezamiento del aerostato.

Máxima expectación en el acontecimiento infantil

retardado por la foto del político populista

inflado por el mismo aire caliente

que emana de la barquilla y asciende por la vela.

El cuerpo aún responde y coopera en la resistencia,

fenómenos meteorológicos adversos, fuegos,

esa lluvia ausente en verano apenas atisbada,

un caminar que era placentero y parlanchín

hasta la llegada del silencio y el acecho de la duda.

Aparece la nada para la que no estaba preparado

tras el trasiego generoso de las vacaciones:

océanos y volcanes y todos los paisajes hermosos

y los días en que me ausenté de mí mismo.

Por debajo de la puerta se atisba la sombra del tiempo

predecesores y otras imágenes especulares

otros mundos ocultos e historias ya olvidadas

antes de contemplar la curvatura exacta

de esa carretera por la que conduces.