Poema 317: Kapellmeister

Kapellmeister

No he podido quitarme esa palabra de encima

en todo el día.

He viajado al siglo dieciocho,

escuchado algunas Cantatas de Bach,

me he apoyado en la misericordia de un coro,

he imaginado la fuerza magnética del personaje.

Este vocablo es un poema en sí mismo.

Ya sé que puede traducirse,

que no es tan especial, ni tan diferente,

ni siquiera los colores que evoca el vocablo

–granate y amarillo–

me producen delectación o sorpresa o armonía.

Es la sonoridad, y la música.

Puedo vislumbrar un coro titubeante,

ejercicios de voz, murmullos, risas,

hasta que de repente dos teclas del órgano

inundan el espacio,

penetran en los tímpanos de cada soprano,

contralto, tenor y bajo.

El maestro concierta y marca el camino.

Cuando detiene el fuelle del órgano

las voces de han concertado,

se elevan hacia la bóveda y allí permanecen

suspendidas un instante de magnífica divinidad.

El maestro inspira esa música y acaso

sonríe para sus adentros.

Poema 316: Vorágine y caos

Vorágine y caos

A veces siento que el mundo va muy deprisa

quizá es una evocación cósmica,

esa velocidad que solo puedo imaginar

del planeta transitando en su órbita solar.

El desorden animado me obliga a improvisar

un toque de la batalla quizás evolutivo

que activa tormentas mentales

sin satisfacción ni tiempo de placer.

En ese caos creativo me afano

en la búsqueda de patrones conocidos,

de mínimas certezas de escalador

sobre las que pueda permanecer un instante.

Miedo, incertidumbre, inseguridad,

catalizadores de procesos de supervivencia

un fugaz detalle que todo lo cambia

alegría o pertinaz hundimiento.

Puede que en la música o en las rutinas

esté el sostén y la guía con instrucciones,

disponer de unos minutos para reposar la luz

aislarte del dolor y de los problemas complejos.

Cuando mi cerebro reconoce algunos asideros

se intenta adaptar sin resistencia fuerte,

libera sustancias que inundan mi rostro de sonrisa

y desprecia por banal toda discordancia.

Poema 315: Silencio

Silencio

El silencio lo rompe el réquiem por Sigfrido,

entonces imagino mi muerte

y esa música tremenda que desgarra la tarde,

proporcionando tal vez un momento de belleza

en quienes lo escuchen

como otros funerales lo hicieron en mí.

El silencio lo rompe el canto de un mirlo

mientras leo sentado en el banco de un parque

en este falso inicio de primavera,

y ese canto me lleva a un patio de Córdoba

en el que leía El cielo de Lima,

antes de escuchar El mirlo del pruno,

que es un gran trovador.

El silencio me desgarra como el sol poniente

desgarra esas nubes en el horizonte,

antes de que coloque el disco de Amancio Prada

recitando el Cántico Espiritual de San Juan

capaz de encender en mi espíritu el mismo color

naranja-intenso de la puesta de sol.

El silencio es un bien escaso en la ciudad

al igual que la forma de salir de él

llena de sorpresas e incertidumbre:

los murmullos crecientes en la terraza de un café,

el agua que cae en la cascada junto al molino

y te hace evocar la nieve y el deshielo.