Kapellmeister

No he podido quitarme esa palabra de encima
en todo el día.
He viajado al siglo dieciocho,
escuchado algunas Cantatas de Bach,
me he apoyado en la misericordia de un coro,
he imaginado la fuerza magnética del personaje.
Este vocablo es un poema en sí mismo.
Ya sé que puede traducirse,
que no es tan especial, ni tan diferente,
ni siquiera los colores que evoca el vocablo
–granate y amarillo–
me producen delectación o sorpresa o armonía.
Es la sonoridad, y la música.
Puedo vislumbrar un coro titubeante,
ejercicios de voz, murmullos, risas,
hasta que de repente dos teclas del órgano
inundan el espacio,
penetran en los tímpanos de cada soprano,
contralto, tenor y bajo.
El maestro concierta y marca el camino.
Cuando detiene el fuelle del órgano
las voces de han concertado,
se elevan hacia la bóveda y allí permanecen
suspendidas un instante de magnífica divinidad.
El maestro inspira esa música y acaso
sonríe para sus adentros.




