Poema 213: Metapoema

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Atonía de espacios abiertos llenos de luz,

demasiada luz,

cerebro y flores demasiado expuestos,

ángulo agudo al despertar del sueño

de media tarde.

 

Voy en el coche conduciendo,

leo un poema de Simic en un semáforo;

–esto no puedes escribirlo, alguien te denunciará–,

pero podría habérmelo inventado,

–¿qué estás diciendo que mientes en tus poemas?

¿Toda tu poesía es mentira?–

 

Reviso los doscientos doce poemas de mi blog,

quizás he inventado historias en algunos,

quizá en todos…

 

Acabo de despertar, soñaba

con vecinos que tendían la ropa en los columpios.

Era bonito, parecía un barco con velas remendadas,

un colorido de espantapájaros,

el sonido del viento deshidratando la colada,

–eso lo has visto en una película china–

 

–Este poema terminará en tu blog–

no hay problema, no lo lee apenas nadie,

puedo poner mi sueño y decorarlo

con una puesta de sol sobre una ría

o con flores amarillas de tojo en un sendero.

 

–Demasiada luz–.

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Poema 212: La tarde es mía

La tarde es mía

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La tarde es mía,

he mirado al árbol que parece un muchacho

con las manos en los bolsillos,

el sol es aún fuerte, el viento

obliga a cubrir las piernas y las gargantas,

ancianos frágiles esquivan las sombras.

 

Soledad productiva.

 

Ríos de luz y calma.

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Poema 211: Hotel Kastro

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En el hotel Kastro viví unas semanas;

en aquellos días parecía estudiar

ecuaciones controlables con un parámetro,

mientras leía unas Flores de Cunqueiro.

 

Al atardecer musitaba frases en la soledad

de la fortaleza veneciana

acariciada por las olas.

Melancolía.

 

Aún no lo sabía pero aquellas palabras

eran poemas no escritos,

era el perfil rocoso de las montañas de Creta,

la luz del Mediterráneo

el peso solemne de la Historia en mi cráneo.

 

Vivía en un cuarto modesto con ducha,

frente a la habitación compartida

de mis amigas francesas:

Dominique, Florence, Pascale,

bellas y utópicas en su lengua natal.

 

El palacio de Knossos distaba una línea de bus,

la magia del trono,

los delfines en frescos, las salas en pie,

el minotauro poderoso de inusitada potencia

me hacían soñar con viajes futuros.

 

No he vuelto a la isla,

ni a la vida de aquellas chicas francesas

con las que no supe ligar;

el hotel me despidió en la salida del ferry

mientras la fortaleza refulgía por el sol.

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Poema 210: Cierro los ojos

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Cierro los ojos para ver las noticias,

muerte y destrucción,

un teléfono que suena al amanecer,

lágrimas humanas para conmover a la audiencia.

 

Cierro los ojos para ver al gato tuerto,

vagabundo entre las ocas de la ribera

del río Pisuerga,

no los abro ante la anciana que le da de comer.

 

Cierro los ojos ante los gritos

desesperados de hombres en una barcaza

neumática y desechable,

el terror de la soledad marina infinita.

 

Cierro los ojos ante la mujer drogada

que se tambalea entre las procesionarias,

verbalizando frases sobre su hija

en la nube sobre la que está flotando.

 

Cierro los ojos ante la sospecha infundada

del manejo mundano del dinero,

del acopio masivo de forma obscena

o de los abusos del fuerte ante el débil.

 

Cierro los ojos para no ver a la mendiga

que porta su bolsa de tesoros tambaleante,

el pelo ralo pegado al cráneo

su mirada perdida fija en el asfalto.

 

Cierro los ojos y veo la belleza poética

de cuanto no es poesía,

la luz del ocaso desde el cómodo sofá,

el escalofrío atroz ascendente en mi médula.

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Poema 209: Orugas

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Hoy soñé con procesionarias,

me desperté en el día Pi,

una espiral de orugas

convergía en un cúmulo de arena;

antes de enterrarse

dibujaban la letra griega.

 

En mi sueño, la rueda de la bicicleta

destripaba una procesión de lepidópteros;

la hembra guía, confundida, enrollaba

toda la comitiva para defenderse.

 

La abubilla escarbaba con su pico en la arena

extraía una crisálida crujiente

que digería sin dificultad.

Los decimales de Pi se metamorfoseaban

en pelos urticantes

flotaban en el ambiente y se fijaban en la piel

rosada de los imberbes agresores de larvas.

 

El sueño terminaba con un fundido en verde,

el color larvario de la fila india,

el del líquido irritante tras el aplastamiento,

una liberación natural de esperanza.

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Poema 208: La vida en las piernas

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Éxito, paseo largo en bicicleta,

campo verde aún ralo,

la vida en las piernas.

 

Éxtasis bajo una flor de almendro,

el lejano sonido de autopista

destierra el balido bucólico.

 

Nadie parece observarte

mas tu presencia es conocida,

el lugar exacto, el ladrido de los perros.

 

El río transcurre en un hilo de corriente,

el bosque de chopos ha sido talado,

allí hubo hace siglos un poblado.

 

Los perros pastores se encaran contigo,

una voz lejana los llama al orden

intercambias con el pastor leves sonidos.

 

Tras la subida difícil por el camino de arena,

atisbas la torre chata y defensiva,

las casas pegadas a la tierra ancestral.

 

El viento del ocaso empieza a refrescar,

calculas el ángulo solar al llegar al lavajo,

en unos minutos gozarás del fuego del hogar.

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