La gran belleza
Tránsito despistado, sigues una iglesia
en un cuadro de Van Gogh,
o te fijas en las variaciones posibles
de la ley electoral,
o te documentas sobre las intenciones
de tal o cual poeta;
cuando puedes, elevas la mirada y sonríes,
te consideras afortunado por encontrar
la belleza en la vida cotidiana.
A veces retiras las gafas de tus ojos,
contemplas los objetos deformados,
el color que se confunde y se mezcla,
la vacuidad de cuanto te rodea;
desenfocas con tu cámara réflex
y consigues trascender el mundo lineal
de contornos definidos y precisión aparente.
No eres capaz de ir más allá,
eres consciente de tus límites, de tu capacidad
de insistencia en asuntos complejos,
de la voracidad con la que quieres acceder
a todo cuanto tu mente alcanza:
consumir antes que crear,
disfrutar antes que avanzar sufriendo.
En breves instantes de lucidez
escuchas la voz atemporal de un guía,
el cántico desesperado y auténtico,
la música que te produce vibraciones internas,
trance, éxtasis, ausencia mundana;
entonces navegas por el nirvana ilimitado
de tus conexiones neuronales más libres
y vuelves con una paz profunda e inútil
en la vorágine activa y sinusoidal de cada día.








Días, horas, minutos y segundos,

