Poema 198: Calles y piedra

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Calles y piedra y el aliento de la niebla

persigue conciencias y ánimas,

despierta sueños y vuelos de aves migratorias,

el milano de cola de tijera

al acecho del surco oxigenado del arado

cae en picado atajando a su presa.

 

Un impresionante paisaje de montañas

superpuestas en el poniente,

muestra tu nimiedad personal,

penetra como el fulgor del frío en tus huesos,

azulea tu aura de turista observador.

 

Palabras en desuso vivas en las macetas,

el pueblo solitario en la hora del ocaso,

calles tuertas, un castillo silueteado;

allí resuenan tus pasos fantasmales

en la calzada romana y el puente.

 

El aura familiar envuelve y protege,

el museo se muestra en escenografías

disimuladas durante decenios en cada calle,

en cada rincón, cada fuente, cada esquina,

un trampantojo sin fisuras aparentes.

 

La belleza es la hora del ocaso

o la ausencia de transeúntes y pobladores,

quizás la pertenencia al clan que campa

a sus aires sobre las piedras milenarias,

o el aire limpio que penetra en los pulmones.

 

Paz y armonía, momento irrepetible,

la conjunción de detalles y algarabía infantil,

una foto aquí y otra allá, el cuidado de la luz

más apreciada que nunca

glorifican el día y lo encumbran a mito y leyenda.

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Poema 197: Permanencia

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Las vacas siguen el en mismo lugar

al lado del mar,

hay sol y pastos verdes,

se escucha la masa marina en movimiento.

 

Apenas hay cambios en la belleza

del paisaje,

te imaginas corriendo sobre el acantilado,

con toda la luz del mar en tus ojos.

 

La barba de varios días te envejece

más que tus distracciones u olvidos,

te recuerda tu mortalidad evidente,

los años percutiendo estos senderos marinos.

 

Huele a hierba y a humedad

en el reino de caracoles y babosas,

no hay motores en esta parte del mundo

que perturben el sosiego de Nochebuena.

 

La arena amarilla es un misterio en este paisaje,

hay regalos intensos para tus ojos

tras cada curva del sendero,

sosiego e ilusión de permanencia aún un poco más.

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Poema 196: Escritura automática

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La escritura automática no acude cada día,

ni la idea, ni la belleza observada,

ni la imaginada o provocada por imágenes

mentales sugerentes o posibles.

 

La mente tiene una producción previsible

de ideas finitas:

se agotan los temas y la mirada atenta;

aparece la duda y el silencio.

 

Hay días en que un texto nada te dice,

no sugiere ni amplifica,

no te perturba o inmoviliza,

ni mueve, ni esparce, ni desordena.

 

¿Cuántas veces has escrito sobre las aguas

de color chocolate del Duero

tras las lluvias del norte?

 

¿Cuántos árboles han tenido que perder sus hojas

para poder hablar de sus muñones,

o sobre el desamparo de su traslucidez?

 

Y, sin embargo, ahíto de imágenes,

cansado del deambular diario,

cuando menos lo esperas surge de la humedad

la fotografía de un musgo intenso,

la formación en escuadra de aves de paso,

o esa montaña nevada que se acerca a tu ojo.

 

Ahí está la belleza de no hilar nada,

de no estar precavido ni preparado,

el poder automático de evocar

sin orden ni concierto cuanto te venga en gana,

la lucha del improvisador en días difíciles.

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Poema 195: El poema más bello del mundo

El poema más bello del mundo

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El poema más bello del mundo

debería contener bellas palabras,

aquellas escritas en los márgenes

cuya sonoridad te evoque colores hermosos.

 

En el poema más bello del mundo,

caben, pues, palabras bellas,

por ejemplo, arcoíris o solidaridad;

caben historias hermosas:

una aparición inesperada

o una resurrección.

 

En el poema más bello del mundo

hay márgenes anotados

que ya corrigieron el poema

mas permanecen cual testigo arqueológico.

 

Caben enjundia o sustancia o levedad

o placer y euforia mientras destierras

traidor y advenedizo e incluso lealtad.

 

Caben recuerdos: metempsicósis,

sierpes de deseo,

cabe todo el lujo Rococó de un palacio real,

la imagen nítida de esa cama con baldaquino

en la que una amante regia

retoza impresionada por el decorado

y sucumbe, carnal, al hombre antojadizo.

 

En el poema más bello del mundo

cabe una sonrisa o unos ojos divertidos,

cabe la mano de un niño aferrado a su padre,

la puesta de sol violácea de un día de diciembre

o a esperanza de nuevos días largos de primavera.

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Poema 194: El fuego

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El fuego bello que en la mañana

ilumina mi rostro, transmuta

la orientación del pensamiento.

Llega la llama tras el verde incógnito

los charcos sobre la arcilla,

la maravilla de producción infinita.

 

El fuego me produce sosiego,

anticipa el curso escondido del Duero,

el desvío ya inevitable hacia las Maricas.

Deshago el camino, el físico

para instalarme en un mundo de ideas,

voz, imagen o relato.

 

El fuego es la alegría y el júbilo,

es calor en medio de la niebla o la helada,

una llama maderera,

también es ya la Tenoria de mi relato,

un día corriendo bajo la niebla,

es noviembre y la luz violácea de la mañana.

 

Cuando muera, el fuego seguirá tal vez,

unas manos ateridas lo alimentarán;

será la señal de vida y humanidad

en un mundo aséptico de futuro.

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