Poema 564: Todo lo que tenía que contar

Todo lo que tenía que contar

Todo lo que tenía que contar eran unos níscalos,

el contacto con la naturaleza,

caminar monte arriba, integrarme

en la naturaleza, sentir su apego ancestral:

un árbol caído aquí, una cama de liebre,

unos huesos dorsales, un cráneo,

un plumaje que aún permanece compacto,

la madriguera profunda de algún animal incógnito.

Toda mi concentración puesta en la búsqueda

de unos hongos anaranjados,

la felicidad instantánea del hallazgo,

suma de pequeñas euforias fuera del mundo.

Todo lo que tenía que contar eran unos níscalos,

la rebusca tras la búsqueda,

el placer de conectarme unas horas a la naturaleza

con el cable USB de una cesta y una navaja.

Cada cuál contaba sus aventuras urbanas;

luego el fútbol televisado dejó su belleza

 y su crueldad en la casa de los anfitriones.

Nada polémico, nada fangoso

de todo eso que tanto nos importa

y es finalmente vacuo y repetitivo.

Cambio de hora, de luz, de orientación,

pequeña resaca del intenso día de ayer.

Poema 559: Otoño de esperanza

Otoño de esperanza

Llueve, se ocultan las noticias cíclicas

sobre la sequía y los embalses,

siguen las guerras asimétricas,

agresiones planificadas, sembradoras de odio,

el trampantojo deportivo audiovisual,

algunos premios puntuales:

nobeles, editoriales, premios nacionales,

las elecciones bipolares de noviembre

en la cúspide del poder mundial,

las noticias siguen el curso esperado.

La lluvia trae consigo esperanza,

verdor en las cunetas, fulgor en los árboles,

la luna llena de octubre acechando.

Comienza la temporada de setas,

la siembra concienzuda del campo de Castilla,

y el colorido impagable de los árboles caducos.

El bidón llameante ilumina el amanecer

desde hace un par de semanas;

retornan los libros apocalípticos y distópicos,

se celebran descubrimientos científicos

y la maquinaria estacional gira sin fin.

Poema 4: Noviembre

                 

  IMG_20141107_081429                     Noviembre

Cada día es un espectáculo diferente,

una emulsión de color, de brisa, de lluvia,

una oleada de emociones verticales,

divinidad humana, excelencia, vida.


Cada día, – cómputo gregoriano, cadena

de segundos que se desangran -,

es la suma perfecta de instantes de íntima

alegría, la resta de valles de cansancio pesimista.


Cada día tiene su propia sustancia y no se repite,

emblema blasonado, diáspora de ideas,

un punto luminoso en un inesperado escorzo,

una lágrima desgajada de la emoción madre.


Cada día me obliga a situar una cifra en el color

violeta del noveno mes romano, setas,

la pluralidad multiforme del bosque habitado,

botas fuertes sobre las ramas crujientes.


Cada día alzo el cuello hacia el viento frío de

la madrugada para aprehender por los sentidos

los restos de la luz nocturna, los sonidos urbanos,

la olfativa podredumbre de hojas, ramas y rocíos.

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