
Todo lo que tenía que contar
Todo lo que tenía que contar eran unos níscalos,
el contacto con la naturaleza,
caminar monte arriba, integrarme
en la naturaleza, sentir su apego ancestral:
un árbol caído aquí, una cama de liebre,
unos huesos dorsales, un cráneo,
un plumaje que aún permanece compacto,
la madriguera profunda de algún animal incógnito.
Toda mi concentración puesta en la búsqueda
de unos hongos anaranjados,
la felicidad instantánea del hallazgo,
suma de pequeñas euforias fuera del mundo.
Todo lo que tenía que contar eran unos níscalos,
la rebusca tras la búsqueda,
el placer de conectarme unas horas a la naturaleza
con el cable USB de una cesta y una navaja.
Cada cuál contaba sus aventuras urbanas;
luego el fútbol televisado dejó su belleza
y su crueldad en la casa de los anfitriones.
Nada polémico, nada fangoso
de todo eso que tanto nos importa
y es finalmente vacuo y repetitivo.
Cambio de hora, de luz, de orientación,
pequeña resaca del intenso día de ayer.




