
Campana
Una campana rasga la noche y el amanecer;
me despierto aún inmerso en la partida de naipes,
cómputos, risa, amistad reencontrada, gin tonics,
el suave río subterráneo que continúa
más de treinta años después.
Los ladrillos perfectamente alineados
denotan solidez robusta,
el color cambiante según la humedad de los días.
Es tiempo de algunas conversaciones
siempre convergentes y no siempre banales.
La campana rememora aquel poema de Zorrilla
en el funeral celebérrimo de Larra,
–Ese vago rumor que rasga el viento…
Corretean los niños, llenan el espacio de vida;
teletransportado a otra edad
resuenan risas y los gritos inocentes.
Un palacio nos reúne en un corrillo erudito:
las impresiones sobre Roma en el siglo primero a.c.,
la victoria de Cayo Mario en Vercelas
y los estertores de la República.
Cortinajes, tapices, cuberterías, relojes dorados
son observados con detenimiento,
imaginamos la vida ampulosa de los monarcas.
Las campanas vuelven a indicar la hora
o el final de la vida de alguien en este pueblo,
mientras amasamos pan
y nos aplicamos a la tarea de sobrevivir.













