Poema 674: Años de Peregrinaje

Años de peregrinaje

La pianista con su incómodo vestido rojo

se quita los zapatos;

acaricia el teclado con elegancia

mientras ejecuta un List de vértigo.

Cientos de miradas y de oídos se deleitan

en la sala de cámara:

cada cual evocará paisajes o vivencias

o los sueños aún sin cumplir cada día.

El virtuosismo es admirable, al igual que la melodía:

¡Cuántos años sentada ante un piano!

La expresión corporal, el ritmo, la danza sedente,

humanizan el arte estratosférico,

la ausencia de errores, la velocidad simpar.

La imagen de rojo, blanco y negro se difumina

cuando la música invade los sentidos.

Ideas, conceptos, valoraciones, lugares oníricos

se adueñan de mis centros de consciencia,

iluminan espacios mentales, me alejan de la realidad

en esa soledad acentuada, sin carnalidad posible.

La vida hoy ha sido generosa y amable,

he dispuesto de tiempo, de emociones, de palabras,

he contemplado la humanidad de un quinteto

y la apabullante maestría pianística de Zee Zee.

Cada pequeña acción se amplifica con la música

creada, ejecutada, efímera:

sensibilidad exacerbada como si los velos desapareciesen

tras el conjuro mágico de garabatos mnemónicos.

Vuelve el foco al reflejo de las manos persistentes y veloces.

Poema 596: Shostakóvich me hace sonreír

Shostakóvich me hace sonreír

Shostakóvich me hace sonreír,

ilumina esos poemas decimonónicos,

experimentales y evocadores que canta la soprano.

Estoy leyendo unos poemas maravilla

en la espera y el calentamiento musical,

la conjunción perfecta en soledad absoluta.

Un hombre paseando un libro,

un lugar aislado desde el que compadecerme.

El movimiento de las cuerdas es frenético,

el mar de arcos balanceándose en armonía,

también la concentración del percusionista

anticipando el golpe único del gong.

La mujer de la viola muestra sus alas tatuadas

que simulan moverse al compás de sus músculos.

¡Cómo pensar que Rimbaud sería cantado

con tamaña magnificencia!

Recordé la sinfonía Leningrado meses atrás

en presencia de la guerrera diez,

misma sonrisa eufórica, exaltada, encendida.

Hoy leo unos versos en un francés sonoro

llenos de jardines, de centauras seráficas,

de bacantes de los arrabales,

un festín endiablado y sonoro

con el que Britten esculpió nota a nota sus canciones.

En el concierto todo es ya exceso, desafuero,

incontinencia sonora capaz de elevar el ánimo

las alas acercándose al sol antes de quemarse.

Poema 526: Bruce

Bruce

Varias horas antes del concierto

en los alrededores del Metropolitano

el ambiente era de fiesta en los bares:

cervezas y camisetas de la gira de Bruce

coexistían con animadas conversaciones

y la euforia expectante de los auténticos fans.

Un azar de ínfima probabilidad

nos hizo coincidir en la pista con viejos rockeros,

antiguos amigos, rostros conocidos,

un ápice más de la felicidad colectiva inminente.

El espectáculo de luz, pantallas y sonido

ha evolucionado mucho desde el dieciséis:

menos volumen distorsionado, más nitidez,

la comprensión de que al éxtasis colectivo

se llega por la sencillez de conceptos y música,

con un ídolo inmaculado, ya mito, ya humano.

Deambulé perdido entre la masa en movimiento,

observé el trance surgido del baile y de la música,

el creciente ritmo estudiado de los himnos,

la incorporación lenta de individuos a la comunión.

No accedí a la elevación mística,

quizás por falta de ritmo, o por ignorancia suma

de letras, sonidos, leyendas del sumo sacerdote;

sí percibí la dicha integral en la atmósfera,

la belleza de la luz, del templo, del baile,

el cúmulo de ritos de la modernidad compartida.

Poema 347: La Orquesta

La Orquesta

Se mueven los brazos de las violinistas

como un mar de espigas doradas,

una ola recorre todas la cuerdas

hasta que el órgano puede con toda la orquesta

se enfrenta a ella y sobresale, grave y oscuro.

Hay una energía tremenda en el director

que se transmite a toda la sala:

aprieto los puños con emoción

sin saber ya donde fijar mi perspectiva.

Un trombón de varas se eleva potente,

desafía a la gran concentración de contrabajos

hasta que las dos pianistas, a cuatro manos,

suavizan la tensión orquestal.

Cuando no sé donde mirar, la miro a ella

no me defrauda nunca;

su espalda es un compendio anatómico

de todos los músculos imaginables:

entran en máxima tensión justo antes

de que su arco transmita toda la energía a las cuerdas.

Serios en su frac, los percusionistas aguardan

ese momento especial en el que poner su nota,

pero en este concierto van creciendo,

aumentan su fuerza descomunal dándolo todo.

La belleza y estatura de la mezzosoprano

ha sido un contrapunto fugaz

a las lágrimas de alegría inmensa que he derramado.