Poema 637: La caída

La caída

En el momento más anodino acontece

lo inesperado,

ves pasar tu vida, no antes ni durante,

después.

Imaginas tu hueco vital, el desorden

Se acabaron mis problemas–, dirás

mientras evalúas los daños del vuelo ciclista:

el casco con la visera colgando,

las rodillas ensangrentadas, el labio,

un guante desgarrado, los nudillos en carne viva,

nada roto, ¡a galopar!

El efecto del pedaleo irriga la rodilla y desinflama,

menos mal que no te he atropellado–, dijo el conductor.

Reconstruyo las imágenes, la ausencia de sonido

de un vehículo demasiado veloz,

la compasión de los espectadores, la frontera

con un futuro inexistente,

el acto reflejo de clavar el freno delantero erróneamente.

El relato variará en intensidad y coloratura

tras la improvisada ducha y la auto terapia.

Los cactus del camino me distraen un instante

antes de llegar de nuevo al lugar del percance.

He sobrevivido con suerte en esta mañana de verano.

Poema 496: Ruta inaugural

Ruta inaugural

Refulge el amanecer a mi espalda

camino del occidente:

jirones de niebla siguen la senda del Pisuerga

en una mañana de gran hermosura.

Las bicicletas están esperando junto al templo;

pugna el sol con la bruma en los primeros kilómetros,

hay corriente en el cauce fluvial del Trabancos,

gran arenera desde hace medio siglo al menos.

Maravillados por el agua cantarina en su correr

asistimos atónitos al vuelco del ciclista guía

en el trance de atravesar el curso fluvial:

emerge cual Neptuno dominador de las aguas.

El barro y el sol nos acompañarán ya

hasta completar la ruta circular tan preparada,

habrá un buey que se cruce en el camino,

y un pastor de ovejas churras que precede a su jumento.

Las risas y la confraternidad se prolongan

hasta bien entrada la tarde:

comida opípara y paseo ermitaño,

conversaciones amenas en la hora del ocaso.

Poema 358: Costa Quebrada

Costa Quebrada

Hoy salí a correr por Costa Quebrada,

los senderos levemente húmedos por la bruma,

un día de sol radiante muestra en el horizonte

los Picos de Europa nevados.

Es el último día del año,

el mar produce un murmullo relajante.

Al llegar al punto geodésico

contemplo la playa nudista de Somocuevas.

Una pareja vestida de blanco corretea con su perro,

dos hombres se desnudan entre las rocas con pudor

para después bañarse a la carrera

aprovechando la buena temperatura.

El sendero zizaguea, sube y baja

reclama toda mi atención.

Llevo veinte años corriendo por aquí

al menos una vez en cada ciclo elíptico terráqueo.

Huele a los prados que se desperezan del rocío

y al yodo marino que flota en el aire;

sufro durante unos instantes debilidad,

una especie  de síndrome de Stendhal

o quizás sea la tensión baja

por la humedad y temperatura tan atípica.

Al final he resbalado antes de saltar un arroyo

y con mucha suerte solo estoy lleno de magulladuras.