
Todas las vivencias
Todas las vivencias se mezclan
en una nube que presiona el embudo
de las sensaciones, recuerdos, olvidos.
Ya no escribo por una imagen, foto,
detalle observado en el paseo anodino:
hay un momento en el que afino palabras,
ideas, sorpresas comunicativas,
un enfoque total de los sentidos.
Resulta un poema descriptivo,
flujo de conciencia, suma de detalles,
elevarse un instante del peso corporal
para hacer una toma en picado.
Así el miedo en el ascenso de caracol
por una escalera exterior altísima,
o las luces rojas incógnitas en la anarquía
en una noche de exploración de límites,
son hilos futuros de una aleación fuerte.
Tras la vorágine cognitiva y deductiva del viaje,
amanecen días de estabilización y calma,
instantes furtivos de ojos inquietos,
conversaciones, y el pulso narrativo
fijado aquí y allá entre un café y una cerveza.
Aprendo a contar sucintamente
dependiendo del interés, –normalmente escaso–,
del interlocutor.
Las luces se encienden en relación con los rostros
o se difuminan tras un elevado cacareo,
efecto de recencia que eleva el poema
para que se pierda entre las estrellas de la noche.
La conversación poética posee medida cero,
algo que conozco desde siempre:
preciosas singularidades perdidas entre el gentío,
la montaña rusa de la motivación,
el pálpito alegre de una mañana inspirada
o los minutos robados a la vista,
desde las ruinas taumatúrgicas, –vello de punta–,
de una fortaleza árabe enorme.
El placer de contar y ser escuchado,
la maleabilidad de las sensaciones
dejan un peso gravitatorio de lento metabolismo.
Los viajes narrados al desgaire.










