Poema 130: Hojas amarillas

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Se cayeron las hojas de los árboles

antes del otoño,

torrentes horadaron la tierra,

dormiste dos días seguidos,

al despertar el polvo no dejaba respirar.

 

En el cielo atronaban aviones invisibles,

el ruido que emitía la radio

parecía la radiación cósmica de microondas,

hojas de papel volanderas

cubrían las calles, vacías de color.

 

Sombras humanas cruzaban deprisa,

embozadas y siniestras,

te sentías observado por ojos diferentes,

una luz intensa unía el día y la noche,

confusión y terror, quizá no estés vivo.

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Poema 129: He ascendido

He ascendidoIMG_20170815_105717

He ascendido hasta lo alto

de la Cañada Soriana Occidental.

El ascenso es vertiginoso,

cubierto de sudor escalo por las rocas.

 

Estas piedras ya existían, no el embalse

espejo minorado por la sequía,

sí estas y otras zarzamoras,

las ovejas darían buena cuenta de ellas.

 

El roble bajo el que me siento.

cobija una gran piedra-mesa;

es en realidad un balcón al valle del Ambroz

y a la sierra que corona el Pinajarro.

 

El día está caliginoso y no se ve más allá,

escucho centenarias esquilas irreales,

el grito rudo de los pastores, silbos y gruñidos,

veo el brillo de la navaja que corta el queso.

 

Moscas en torno al sudor, debió haberlas a millones,

huele a hierba de los prados colindantes,

un jilguero y un gallo lejano engañan al sonido de la autovía,

pueblos blancos entre la masa arbórea.

 

Un vacío histórico y una soledad placentera

me causan sensaciones contradictorias,

me siento minúsculo y a un tiempo inflamado de ideas

de deseos, del esplendor de la edad madura.

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Poema 128: Caminante

Caminante

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Huyes de la ciudad a un pueblo lleno de gente,

paseo, luz, calor, ruidos de aglomeración;

buscas caminar por la montaña,

sigues el curso del río,

piedras, sonido continuo,

algunas cascadas minúsculas anuncian sequía.

 

El ruido del agua te serena,

tomas asiento en una piedra conocida,

revisas tu vida, tus pasos, tu alienación,

la nube penosa que a veces te envuelve

y te hace llover con dolor, con resignación.

 

En el bosque hay un túnel arbóreo que alberga el sendero,

lo sigues, siempre piensas quién lo habrá abierto,

cuántos años lleva en uso ininterrumpido,

qué vidas fenecidas transitaron por allí.

 

De la gran Chorrera no cae tanta agua,

aun así es un espectáculo precioso,

frío, verde y azul y blanco;

un año más has llegado, como cientos,

quizás miles de turistas que lo hacen cada verano.

 

Dan ganas de desnudarse y sumergirse en la poza,

horadada con paciencia hora a hora, día a día;

meditas allí sentado y por tu imaginación

cruzan destellos brillantes de cumbres olvidadas,

secretos que has olvidado para siempre.

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