Poema 642: El Convento

El convento

La isla es una caldera magmática religiosa,

toda estructura social fue emulada:

ejércitos de hormigas humanas laboraron,

crearon, diseñaron, construyeron.

Las reglas del convento saludan al viajero,

lo transportan a un mundo de clausura

ya convertidas sus celdas en museo.

Cada cual se ha afanado para dejar un legado comunal,

una reja artística con geometría arabesca,

un tiburón incólume tras su paso por el taxidermista,

el órgano que construyó el maestro en el año de su muerte.

En ese claustro conventual se percibía el cielo cambiante,

la velocidad de las nubes aceleradas por el viento,

se escuchaba el agua cantarina de la fuente matriz,

las novicias serían instruidas en faenas y oraciones

antes de poder contemplar a través de las cancelas

todo el oropel barroco de la capilla.

El museo Carlos Machado llena el espacio de visitantes,

ocupa el convento de Santo André

muestra el ingente trabajo de naturalistas y eruditos,

despierta conciencias y muestra

la insignificancia del viajero perdido en el Atlántico

del turista analítico en estas islas magníficas.

Poema 347: La Orquesta

La Orquesta

Se mueven los brazos de las violinistas

como un mar de espigas doradas,

una ola recorre todas la cuerdas

hasta que el órgano puede con toda la orquesta

se enfrenta a ella y sobresale, grave y oscuro.

Hay una energía tremenda en el director

que se transmite a toda la sala:

aprieto los puños con emoción

sin saber ya donde fijar mi perspectiva.

Un trombón de varas se eleva potente,

desafía a la gran concentración de contrabajos

hasta que las dos pianistas, a cuatro manos,

suavizan la tensión orquestal.

Cuando no sé donde mirar, la miro a ella

no me defrauda nunca;

su espalda es un compendio anatómico

de todos los músculos imaginables:

entran en máxima tensión justo antes

de que su arco transmita toda la energía a las cuerdas.

Serios en su frac, los percusionistas aguardan

ese momento especial en el que poner su nota,

pero en este concierto van creciendo,

aumentan su fuerza descomunal dándolo todo.

La belleza y estatura de la mezzosoprano

ha sido un contrapunto fugaz

a las lágrimas de alegría inmensa que he derramado.

Poema 317: Kapellmeister

Kapellmeister

No he podido quitarme esa palabra de encima

en todo el día.

He viajado al siglo dieciocho,

escuchado algunas Cantatas de Bach,

me he apoyado en la misericordia de un coro,

he imaginado la fuerza magnética del personaje.

Este vocablo es un poema en sí mismo.

Ya sé que puede traducirse,

que no es tan especial, ni tan diferente,

ni siquiera los colores que evoca el vocablo

–granate y amarillo–

me producen delectación o sorpresa o armonía.

Es la sonoridad, y la música.

Puedo vislumbrar un coro titubeante,

ejercicios de voz, murmullos, risas,

hasta que de repente dos teclas del órgano

inundan el espacio,

penetran en los tímpanos de cada soprano,

contralto, tenor y bajo.

El maestro concierta y marca el camino.

Cuando detiene el fuelle del órgano

las voces de han concertado,

se elevan hacia la bóveda y allí permanecen

suspendidas un instante de magnífica divinidad.

El maestro inspira esa música y acaso

sonríe para sus adentros.