Poema 430: Penuria poética

Penuria poética

Por alguna razón que no comprendo

estoy enganchado a un libro

que no me convence ni eleva,

poemas de los que no extraigo

si no la levedad lectora vertiginosa,

algunos giros sorpresivos indignos,

la elongación triste de mi rostro en el espejo.

Lo combino con otro extravagante,

casi pornográfico,

en el que se adivina prostitución pasada,

la lujuria en su esplendor juvenil

una y otra vez, como un martillo que repica,

inagotable,

que recuerda las manchas de la edad en las manos,

el fin próximo de los días amorosos.

Melancolía de los textos jugosos,

abiertos, expansivos,

esos que producen luz e impulsan, impúdicos

la velocidad escritora y la lentitud lectora.

Bajo esta cúpula marciana llena de presagios,

de temperaturas ascendentes,

de ausencia de lluvia, de una guerra que no cesa,

contemplo los párpados caídos de un verso

que no remonta,

desahogos poéticos personales

alejados de la belleza, de la sorpresa aprendiz

de quien moldea, hiende, altera o distorsiona.

Me sorprendo a mí mismo en mi disgusto,

sin poder cambiar el aura lectora,

alejado del optimismo levitante propio,

de esa búsqueda incesante del lado hermoso.

Poema 425: El sol de febrero

El sol de febrero

El sol de febrero es una maravilla

como la lujuria leída en un autor sátiro

burlón y encendido, un erudito de bastón

y de múltiples velos, viajes, anécdotas y fama.

He perdido el gusto y la mirada poética,

la pulsión de los placeres más mundanos,

el arte de encenderme con unas notas musicales

o con una danza del fuego en una noche de verano.

¡Ah!, el verano, ahí está el fin y el destino,

en noches junto al mar,

el calor que remite en el poniente,

la consciencia fugaz de mi límite mental.

He vislumbrado algunas cosas hoy:

una comida en una calle peatonal,

aquel curso de verano en Santander,

ese partido de baloncesto en un pueblo en fiestas.

Se abre de repente la cabeza tras días angustiado,

poesía a borbotones,

haces de electrones liberados,

estímulos locos, cual espermatozoides novatos.

Ahí está aquella foto de las colinas iraquíes

en plena invasión americana:

la existencia de un mundo inhóspito,

o el valle descubierto en bicicleta una primavera.

También está la risa impagable en una mesa corrida

una tarde estival a orillas del Danubio,

o aquellas notas de Lakmé

que me parecieron el futuro posmoderno.

Potsdamer Platz o la torre Eiffel tras unos arbustos,

entrar en el Gran Canal al amanecer,

un burro con dos bombonas en la medina de Fez,

son sensaciones no del todo olvidadas.

Permanecer y esperar, recordar y revivir,

es la única receta posible a la espera de las musas,

de esa ansia de captarlo todo y de disfrutar,

de absorber la belleza por cada poro de la piel.