Poema 539: El cuerpo desnudo

El cuerpo desnudo

El cuerpo desnudo tras el baño

en el agua fría que baja de la montaña

se mimetiza con las rocas, a pesar de su blancura.

Las piedras sobre las que se asienta

se han enfriado durante la noche.

El sonido de la cascada

oculta el canto de los pájaros,

todo es verde para los ojos y la cámara.

En esa pausa de integración con la tierra

la mente ha divagado por múltiples caminos,

sin filtros ni censura,

ensoñaciones varias en el paraíso idílico.

La aventura de caminar por rutas conocidas,

seguir la senda de riachuelos y cascadas,

adaptarse al calor seco,

propicia la contemplación extracorpórea

la fusión plena con el núcleo ígneo de la piedra.

El cuerpo desnudo se ha secado,

ha regularizado su temperatura

y aguarda el fin de las ensoñaciones

para iniciar el camino descendente de vuelta.

Poema 352: Magritte

Magritte

Me sitúo delante de un cuadro

y en ese instante el cuadro es mío,

puedo obtener todo de él:

lo miro con avaricia, con gula,

con soberbia y un punto de lujuria.

Siento un instante de admiración fugaz,

me fundo en una fotografía secreta en él.

Nadie interfiere en mi relación carnal

con la pintura,

puedo entrar allí y observar la silueta

o la luna delante del árbol,

las nubes o la manzana tan verde,

puedo casi sentir el tacto en la piel de esas mujeres

que se difuminan en el horizonte.

La fusión es tal que me olvido de la realidad,

las leyes físicas son las que ha diseñado el artista,

los gestos y los objetos me mimetizan en el óleo

cual camaleón que allí habita con disimulo.

La filosofía del arte modifica mi mirada,

la arrastra hasta extremos insospechados,

transmuta las palabras en vivencia desordenada,

antes de ser absorbido por el cuadro siguiente.

Poema 90: Al fin la lluvia

       Al fin la lluviaIMG_20160824_205649

Al fin la lluvia de gotas enormes,

tormenta, viento, furias desatadas,

erinias en busca de víctimas,

un relámpago de ángulos agudos,

el castigo de un trueno tras otro,

petricor, brilla el suelo agradecido,

se serenan los elementos, hueco cenital

para la mansa lluvia de sonido monótono.


Mi hueco vital no deja seco el suelo,

quizás ya no estoy, solo soy el fantasma

de mí mismo, las gotas no empapan mis gafas,

ninguna ropa se ciñe húmeda al contorno

de mi pecho, no siento frío,

pero sí el olor, sí la luz mortecina y gris,

sí las miles de gotas fundiéndose

en pequeñas torrenteras calle abajo,

un perro que ladra y el piar alborotado

de los pájaros refugiados en los árboles.


Esta lluvia penetrará un centímetro,

dos quizás, en la tierra, me llevará con ella

un instante, licuado, permeable

fundido en ella, lejos de cualquier cita física,

de trabajos y proyectos; seré luz

débil y monotonía cíclica y eterna,

no tendré ropa, ni olor, ni voz,

seré puro deseo, pura antimateria

de sensibilidad excepcional intrínseca.


Arrecia, el olor y la humedad marean,

mi rostro imperturbable languidece,

solo las manos teclean ajenas

algunas palabras enlazadas por hilos

invisibles, por cadenetas tejidas

en las sinapsis potenciales de otros lectores,

quietud, inspiraciones rítmicas:

una caricia deseada me llevaría al paraíso.

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