Poema 465: Desastre

Desastre

En el avispero del mundo han entrado los fanáticos

han removido los panales conscientemente,

la delicada exagonalidad hecha trizas,

se han regodeado un instante en la miel

en la adrenalina de la venganza aquí y allá

antes de ser víctimas de la devastación generada.

Sesudos analistas acuden desde otras guerras

olvidan amnistías y días patrios de colonización

–salvo los muy ignorantes, toscos, mentecatos–

para ofrecer sus servicios de opinión,

sus acusaciones a diestro y siniestro

llenas de razonamientos y fundamentación de parte.

En el avispero del mundo confluyen intereses varios:

religión, economía, territorialidad, ideologías varias;

la superioridad moral de cada facción no termina nunca.

Hay algunas guerras estacionales,

juegos de poder inconscientes, marionetas de hilos invisibles;

esta es una partida de ajedrez en cuatro dimensiones,

llena de vías de escape y sorpresas, de gambitos y enroques,

una deshumanización casi intolerable en esa época

de cámaras, móviles, drones, horror cinematográfico,

en la que cada avance pacífico es contrapesado por la barbarie.

El avispero del mundo se expande sin solución,

células dormidas, históricas cuentas pendientes,

dejar tuerto a alguien mientras tu ceguera se realiza,

el tablero geopolítico cita a la testosterona bárbara,

sin apenas voces cuerdas que llamen al calmo diálogo.

El avispero se convertirá en un sumidero,

un vórtice en el que se trituran todas las ideas humanísticas,

capaz de devorar los frágiles acuerdos de posguerra,

la igualdad incipiente y cualquier movimiento migratorio.

El tiempo de paz y de esperanza aún no ha llegado,

tampoco el de los frenos y sistemas de amortiguación:

sigue siendo banal matar y morir, salvo que sea uno mismo.

Poema 336: Descenso

Descenso

Un día te quedas solo

con esas reflexiones tan importantes;

pierdes el control de tu cuerpo

ese que tanto has moldeado

las manos aún bronceadas

tu rostro marcado por los desastres de la vida.

Desciendes.

Coincide que la luz ese día es grisácea,

apenas puedes ver más allá de tu declive.

Te afanas en tareas cotidianas,

repetitivas, rutinas que has hecho mil veces.

Te has fijado en esas flores marchitas

atadas a una valla en la calle;

has pensado: ahí hubo un accidente terrible,

imaginas a quien puso las flores

recordando una y otra vez la escena.

Tienes varios recordatorios en el móvil,

fotografías a cuál más hermosa,

ausentes de ellas quienes recorrieron otros caminos;

te quitas las gafas,

en tu miopía observas todos los detalles en la pantalla,

cuánta hermosura de color y como duele.

Abres los brazos y los cierras nadando a braza

los ojos bien abiertos tras las gafas esféricas

con las que abarcas todo el fondo de la piscina;

esa imagen parece sacada de una peli de Almodóvar,

entonces recuerdas a los amigos que no pueden nadar.

La decadencia es inevitable,

tanto como el desgaste de los zapatos que más te gustan.

Entrecierras los ojos para tener aún menos luz,

oyes el ruido del tráfico y el viento en la enredadera.

Poema 326: Mariposas en el mar

Mariposas en el mar

Huele a verano, se afanan los nudistas

por absorber el sol.

Permanecen los islotes golpeados por el mar,

una familia celebra un cumpleaños

después de mucho tiempo

frente a la vaquería idílica salvo por el olor.

Las hormigas predicen la lluvia en veinticuatro horas,

huele a flores en el sendero de los acantilados.

Los cuerpos se muestran en su apogeo o decadencia.

La marea ha subido y hay poca playa al este.

Mariposas del Cantábrico liban y colorean los tojos,

nada predice ningún desastre.