Caminar

El andar es quijotesco y saludable,
se ha puesto de moda ante la inercia
de no hacer nada.
La paz en el pecho, el diálogo enmascarado
con alguien próximo, tal vez contigo mismo
adormecen la mirada
de tenues cambios: el cauce del río,
el puro y mediado invierno
algunas aves que vuelven y se apresuran
en su búsqueda conjunta y social.
No puedo mirar al mar ahora,
las leyes lo prohíben,
lo entreví cuarenta días atrás
en una tormenta de viento y agua.
El caminante ahora vería la pelusa iniciática
del cereal,
los caminos llenos de barro y charcos
muchas rapaces al acecho de los débiles,
las líneas geométricas del arado,
las no menos matemáticas de las colinas
y el horizonte.
No se puede detener el tiempo caminando,
ni anclar el pensamiento, las imágenes,
las sensaciones opresivas de la pandemia,
ni aquellas desbordantes de gente feliz
que toma copas a quemarropa en las terrazas
anticipo de felices años veinte de nuevo:
no hemos aprendido nada
pero lo disfrutamos igual, sin medida
ni consecuencias.
Crece la presión y la necesidad de loca felicidad.
