Poema 300: Mis hijos

Mis hijos

Todavía puedo verme en los ojos de mis hijos,

inquietos burlones, ilusionados,

pletóricos de pequeñas tonterías

atentos al lenguaje desaforado e irónico.

Pasará esta unidad, el tiempo de la protección,

de la calma familiar ante la pandemia,

días en los que la muerte de Maradona

parece la única noticia que oscurece el ocaso del sol.

Ulises sigue vivo y su vuelta a Ítaca

consigue captar la atención de los niños

durante el relato hiperbólico y desenfrenado

fruto de la mala memoria y de la improvisación.

Diego Armando Maradona no era de su tiempo,

no aparece ya en sus cromos, ni en su Olimpo,

la edad de las mitificaciones parece haberse consumido

tras las derrotas democráticas de los populistas.

No sé quien soy. Cada día me reinvento

sin perder toda la predictibilidad de mis hijos,

me asomo al espejo sonriendo tranquilo,

soportando los crujidos corporales del tiempo.

La serie Gambito de Dama me hizo llorar de emoción,

abrió la compuerta para mover las piezas

sobre un tablero del que nunca me alejé del todo;

hoy, bajo demanda infantil, vuelvo a jugar con ellos.

Cada día me sorprendo por las habilidades que han adquirido,

música, estrategia en los juegos de mesa,

idiomas, lógica social, sutilezas del lenguaje,

un desarrollo exponencial del conocimiento.

Mi vida es una doble hélice con ellos,

a veces mi cara opuesta se aleja sin alejarse

cual goma elástica que vibra en la tensión

diluida en cada abrazo de buenas noches.

Poema 299: Politics words

Politics Words

Cualquier fanático se sube a una atalaya;

con frases rudimentarias cacarea consignas,

reenvía tuits xenófobos,

apela a un nacionalismo cutre.

Insulta como fue insultado en su infancia,

cree conocer la Historia por sus lecturas sesgadas,

eleva el tono para acentuar lo huero del mensaje.

La propaganda amplificada le contrae la inteligencia:

soniquetes falso-egoístas, miedo a la otredad,

a la lectura sosegada y lógica;

el individuo ultraortodoxo pule la rabia en su interior,

trata de imitar la forma explicativa de un complejo 

que se maximiza al tratar de eliminarlo.

La palabra igualdad suena a comunismo de Gulag;

social es un vocablo que destruye la propiedad privada,

desahucio, llena bocas y militariza su hemisferio derecho,

democracia es una singular forma de terror.

El individuo revisionista se cree su contumacia:

incontestable, dice entre incoherencias sintácticas,

ignora lenguas oficiales o sutilezas constitucionales,

supura rencor cuando pronuncia terrorista,

renueva el oxígeno de sus pulmones con bandera,

patria, monarquía; con ellas expele catadura moral.

Existen palabras que desprecia: tolerancia, amistad, 

respeto, cariño, humanidad, inmigración, desigualdad.

Desde la atalaya, se afana en gritar:

–no me trajo aquí la razón, sino la violencia–.

Poema 298: Los ejecutivos viajan en moto

Los ejecutivos viajan en moto

Los ejecutivos viajan en moto

a la conquista del espacio urbano.

Tengo una imagen efímera de mí mismo

tomando un verdejo

en la terraza de una calle peatonal.

Otro recuerdo del último día

en que compré un libro.

Solo una mujer puede fotografiar

mujeres desnudas (aunque sean fotos estupendas)

(aunque posen seriamente, sin erotismo aparente).

Las mujeres hermosas se abrigan y ocultan

su sonrisa bajo la mascarilla.

Nunca observé tantas frentes eróticas.

Patinetes eléctricos circulan

cuál saetas que cortan el aire frío de noviembre.

La normalidad soy yo.

Al atravesar el río recordé el poema titulado:

Debería pasar cada día por aquí.

Era otro río y otra estación, pero el flujo de la corriente

y estar suspendido en medio del cauce asociaron las ideas.

Los adictos a la barra del bar sostienen vasos con café

en una mano,

despojan al cigarrillo de su esplendor con la otra.

El mundo nuevo se sustenta en una catedral de luces navideñas,

en aproximarte de nuevo al pequeño comercio.

Un libro nuevo en mis manos es el tesoro de mi sonrisa.

Poema 297: El polígono está vacío

El polígono ­­­­­­­­­­está vacío

El polígono ­­­­­­­­­­está vacío el día de Todos los Santos,

no poseemos el espacio ni el tiempo,

lo usamos con usura y pagamos por ello.

No somos dueños de la psicología social,

ni de las elecciones de nuestros hijos,

apenas de la comida que comemos.

El polígono industrial está vacío,

es una zona fantasma.

Al anochecer patrullas policiales rastrean

botellones de adolescentes rebeldes

cuyo instinto primario elude la lógica familiar.

Por el agujero de las tapias del tren se filtra un amarillo.

Fijarse en las cosas es agotador,

se abre una cascada de ventanas al asomarte.

Cada objeto, ¿quién lo creó, construyó, trasladó?

¿Quién lo puso ahí, cuándo, para qué?

Algunas decisiones tienen consecuencias.

El cielo enladrillado o toda la gama cromática del otoño,

un letrero ajado de Se Vende, o el tendido de unos cables

sobre postes de madera decoloridos,

los charcos con dibujos concéntricos de aceite

o los camiones que esperan a ser desinfectados,

la tapia reconstruida sobre las vías

en la que pronto hará su aparición Acción Poética,

atrapan la mirada del ciclista que se divierte y memoriza.