Premio Nobel
Prefiero el texto a la biografía,
un abrazo de un cuerpo desnudo a una imagen,
puede que los atardeceres, pero por pura costumbre,
al amanecer hace más frío
pero en las escasas ocasiones en que subo a la montaña,
el olor de la naturaleza al despertar,
el rocío y el aire renovado en el rostro
me acercan a los infrecuentes amaneceres de mi infancia
cuando iba a recolectar caracoles con mi padre.
Prefiero la versión original del poema
o el poema traducido por un poeta que lo hace suyo,
Trasntrömer no era él, era Mascaró evidentemente,
ahora no se quién será Louise Glück.
He escuchado una semblanza vital, académica
bajo la que se podían adivinar algunos versos,
una atmósfera de un saxo bajo
una rapsoda nada afectada, sencilla,
el elogio semipolítico de una escritora admirada
capaz de transmitir su emoción durante un viaje en coche.
Llega el ansia, en medio de tanta lectura: Vallejo, Reverte, Larkin,
de repente esta autora me distraerá
de la horrible traducción de Emily Dickinson,
de la sonoridad retórica de Lostalé.
Anhelo volver a la montaña en este puente del calendario,
sentir el frío amanecer, la luz elevándose reflejada
en el lejano pantano de Gabriel y Galán,
los colores ya amarillentos de la masa arbórea,
el placer que debió sentir cada pastor
al ascender con sus animales por la ladera
cada día de su vida, igual al anterior y tan diferente.
La poesía me renueva cada día, me proporciona el tono vital,
el deseo y la rutina, el rictus o la risa
musa indiferente, atenta a sus propios dolores intrínsecos,
un verso me redime y alienta o me despoja
de toda la protección acumulada durante décadas
cual tesoro adquirido para poder sobrevivir.
Y de repente ahí está la explosión mental,
la asociación de ideas que te conmueve y perturba,
que crea en ti un estado emocional parecido al nirvana
una luz suave y filtrada, pátina relativizadora,
alegría sutil de fondo, como una droga de bienestar
un encendido navideño de todos tus sentidos,
carnalidad y humanismo, la luz dorada de la poética.