Poema 570: Imágenes, belleza cotidiana

Imágenes, belleza cotidiana

Incluso en los días oscuros

puede surgir la belleza cósmica,

el olor del otoño al pisar las hojas secas,

una instantánea del río entre los árboles.

Hay que mirar afuera, olvidar tus conflictos,

dolores, enajenaciones, fracasos,

elevar la vista al cielo casi siempre es estimulante.

La cúpula se alza de nuevo majestuosa,

trece metros de altura, liviana y traslúcida;

es un momento único, –me digo–,

mientras leo al menos una página perturbadora

de La Vegetariana.

Belleza, cultura, historia, algunas rutinas

se oponen al dolor, al cansancio,

al lento decrecer de los días novembrinos,

cuando el mundo parece abocado al extremo

en el que no te encuentras tú.

Eres una hormiga obrera más, un instante

en los eones etéreos del universo,

con el único objetivo de fluir sin memoria

y sin embargo deseas aprehender cada átomo

cada partícula aromática que puedes oler,

cada instante que puedas convertir en belleza.

Poema 372: Los pájaros huyen del lúpulo

Los pájaros huyen del lúpulo

A mi amigo Paco, para quien el tiempo

transcurre apaciblemente

La música de la memoria permanece intacta

en la madre casi nonagenaria;

ahueca los labios para pronunciar palabras

deliciosas sobre las que cabalgan recuerdos:

Acolumbraban  la tierra o achisbaban con el fuelle,

argayábanse los praos o áquel estaba hecho un peizo.

Cuando pusieron las trepas y sulfataron

desaparecieron los trigaleros y las golondrinas.

Él se toca las manos las mueve, mientas escucha,

sus expresiones no han cambiado,

ni siquiera la luz de sus ojos tras las gafas.

Horas más tarde, el canto de los pájaros en el plantío

me hará recordar la placidez y la calma,

la risa alegre y las afirmaciones inconsistentes,

las pequeñas seguridades del camino conocido.

Ha vuelto el lúpulo a la vega pero la margaza

casi no se da aunque escojaron con otras plantas.

No recuerda, pero quizás los timbres de voz

o las palabras de la madre, o la casa viva y feliz

le protejan de la oscuridad progresiva.

Poema 336: Descenso

Descenso

Un día te quedas solo

con esas reflexiones tan importantes;

pierdes el control de tu cuerpo

ese que tanto has moldeado

las manos aún bronceadas

tu rostro marcado por los desastres de la vida.

Desciendes.

Coincide que la luz ese día es grisácea,

apenas puedes ver más allá de tu declive.

Te afanas en tareas cotidianas,

repetitivas, rutinas que has hecho mil veces.

Te has fijado en esas flores marchitas

atadas a una valla en la calle;

has pensado: ahí hubo un accidente terrible,

imaginas a quien puso las flores

recordando una y otra vez la escena.

Tienes varios recordatorios en el móvil,

fotografías a cuál más hermosa,

ausentes de ellas quienes recorrieron otros caminos;

te quitas las gafas,

en tu miopía observas todos los detalles en la pantalla,

cuánta hermosura de color y como duele.

Abres los brazos y los cierras nadando a braza

los ojos bien abiertos tras las gafas esféricas

con las que abarcas todo el fondo de la piscina;

esa imagen parece sacada de una peli de Almodóvar,

entonces recuerdas a los amigos que no pueden nadar.

La decadencia es inevitable,

tanto como el desgaste de los zapatos que más te gustan.

Entrecierras los ojos para tener aún menos luz,

oyes el ruido del tráfico y el viento en la enredadera.