Poema 566: Nubes blancas

Nubes blancas

Las nubes blancas parecen buques de imaginación,

dirigibles de gran profundidad,

una escuadra de guerra celestial.

Ensombrecen la tierra yerma, recién arada,

los surcos marrones e infinitos

brillan tras las lluvias desordenadas.

El espíritu se refleja en ellas, se amansa

entra en un estado de serenidad,

se detiene el tiempo sostenido en los confines

de la unión de cielo y tierra.

Durante esos instantes no importan las noticias,

los muertos por el temporal o por los drones,

solo el viaje solitario adquiere entidad,

laxitud emocional intensa, ya trance, ya éxtasis.

Esas nubes blancas, profundas, vigorosas

son efímeras e inusuales

tras ellas hoy se ha serenado el cielo azul

y ha llegado el silencio del ocaso.

Poema 515: Lugares propicios para leer

Lugares propicios para leer

A menudo me descubro evaluando lugares

en los que me apetecería sentarme a leer:

casas, terrazas, bancos debajo de un árbol,

un acantilado protegido del viento terrestre,

la rotonda cuidada de un centro comercial.

En la cima de una montaña eché en falta un libro,

también en el embarcadero flotante del río;

no lo hice sin embargo en el contrafuerte visigótico,

pero sí me habría gustado hacerlo en Los Zumacales.

El invierno me sorprendió con un poema,

helado frente a la pista de skate;

deseé entonces el fuego familiar de una chimenea,

las llamas crepitando en la cocina de mi madre,

aislarme en medio del bullicio bajo la escalera del desván.

Y sin embargo, en esa localización de exteriores

rara vez me detengo a leer,

si lo hago solo es la pose de un instante

incapaz de ahogar la llama del deseo de lo inalcanzable:

cuando estoy aquí quiero estar allí

y entonces mi imaginación se desborda

y vive vidas que en realidad no me corresponden.

Poema 395: Las nubes en el cañón

Las nubes en el cañón

Tumbado en el cañón horadado por el agua,

tras el baño en la poza helada,

absorbo con presteza la energía de la piedra,

me lleno de su calor.

Las nubes del cielo bailan un vals lento,

no puedo dejar de mirarlas:

descubro formas de animales, de países,

fantasmas, ataques, mordiscos.

De repente me pregunto:

¿de dónde sale mi imaginación?

¿Qué soy capaz de vislumbrar?

Entiendo mis limitaciones sobre las formas,

estas cambian al ritmo que mi cerebro adivina,

como si estuviera estipulada la velocidad.

El vals lento semeja al de los cuerpos que se juntan,

nubes amorosas hacia otras nubes,

todas de riguroso blanco inmaculado,

se acercan y se alejan, desvaneciéndose con ceremonia.

Un dragón humeante ataca una oveja,

el mapa de la península se convierte en un fiordo,

siento algo de felicidad en la contemplación,

algo tan sencillo y al tiempo tan espectacular.

Una corona o un continente, busco y encuentro,

cada imagen es contrastada con una base de datos

alojada en mi cerebro después de tantos años;

reconozco la presteza mental en ese instante.

Siento el placer del sol, el ruido uniforme del agua

que desciende en cascadas entre las grandes piedras,

la luz, la brisa, el azul tras las nubes blanquísimas,

ese bienestar profundo lo asimilo a la felicidad.