
Planificación
La idea fue suya, antes incluso de subir al Pinajarro.
Debía de llevar meses siguiendo desplazamientos de auroras,
estudiando la ubicación de cascadas y lagunas glaciares.
Examinamos juntos un rango de fechas y ciclos lunares,
un calendario escolar que fuimos postergando
hasta encontrar unos vuelos decentes y asequibles.
Cuando cerramos la primera fase en agosto
mi hijo ya tenía señalada en un mapa cada visita,
cada punto de interés en una zona acotada de la isla.
Hubo que enfocar para reservar alojamientos,
trazar un plan de viaje y alquilar un coche,
promediar distancias y visualizar emplazamientos.
Al acercarse las fechas indicadas observamos el clima,
un temporal de viento y nieve dificultaría el viaje.
Eligió tres alojamientos estupendos:
la cabaña del lago, que amaneció nevada y casi aislada,
un cubo en medio de una pradera despejada,
y un bungalow de madera con un jacuzzi exterior.
Perseveramos en la observación de las auroras boreales
hasta que en la última noche se manifestó el prodigio:
destellos que asomaban entre las nubes,
formas caprichosas, el baile voluble de los fotones,
una clausura apoteósica en medio de la nieve.




