
La belleza de los caminos en primavera
Conozco la belleza de los caminos en primavera,
el olor inalcanzable de algunas plantas al despertar,
el colorido en las cunetas donde no llega el herbicida.
Desearía pasar por allí una y otra vez, eternamente.
El ciclista atesora todo eso entre el sudor y el esfuerzo,
siente una vitalidad desbordante,
piensa en su privilegio viajero de esfuerzo improductivo,
en urbanitas que nunca podrán disfrutar de esas ondulaciones
de los valles cerealísticos acompasados por el viento.
El pedalear sin rumbo otorga una falsa sensación de libertad,
una capacidad espejística de elección,
una añoranza de un pasado lejano anti tecnológico.
Al llegar al valle en el que transcurre un riachuelo
por el que serpentea una senda casi invisible
me detengo a escuchar el sonido de los grillos omnipresentes,
aquí no hay guerra, ni injusticia, ni vocingleros del mal,
ni la competitividad humana a veces tan sutil.
Pienso que estar aquí una vez más,
sería un motivo categórico de querer seguir viviendo;
después, consciente de mi egoísmo, pienso en personas
en el hueco relacional que ocupo,
quiero mostrarles la belleza de un día anónimo y soleado
en mitad de ninguna parte.
Aquí, escuchando el zumbido de los insectos polinizadores,
dejo la mente en blanco y me integro con la tierra
en la que un día desapareceré sin apenas dejar rastro.
