Debería pasar cada mañana por aquí

El paseo sobre el río no defrauda nunca,
patos que dejan su estela angular en el agua,
alguna garza sobre las ramas que sobresalen
de árboles muertos y sumergidos,
el color cambiante de la superficie y los verdes ribereños,
la estampa del pueblo centenario asomado al cauce.
Puede que algún viandante te devuelva el saludo
tras pasar la frontera de los acerolos;
puede que observes un corzo despistado
en una lengua de vegetación adosada a la corriente.
El cielo es un reflejo azul de nubes de algodón,
quizás no me dirija a ningún sitio,
solo me detenga a escuchar las campanas de la iglesia,
el toque a muerto en la mañana.
El camino me lleva a la biblioteca,
a un paisaje simple de líneas básicas
dibujado en la pared en tonos pastel,
a la plaza del pincho de tortilla.
Una vez hice de esta ruta un paseo geométrico,
una ruta matemática en la que medir y contemplar,
una reflexión sobre el modo de mirar las cosas simples.
Cada mañana debería pasar por aquí,
es una referencia estética y una forma de contemplar
el mundo que te rodea,
de oler el despertar de la vegetación,
de henchir tus pulmones para afrontar las vicisitudes diarias.




