Poema 289: Debería pasar cada mañana por aquí

Debería pasar cada mañana por aquí

El paseo sobre el río no defrauda nunca,

patos que dejan su estela angular en el agua,

alguna garza sobre las ramas que sobresalen

de árboles muertos y sumergidos,

el color cambiante de la superficie y los verdes ribereños,

la estampa del pueblo centenario asomado al cauce.

Puede que algún viandante te devuelva el saludo

tras pasar la frontera de los acerolos;

puede que observes un corzo despistado

en una lengua de vegetación adosada a la corriente.

El cielo es un reflejo azul de nubes de algodón,

quizás no me dirija a ningún sitio,

solo me detenga a escuchar las campanas de la iglesia,

el toque a muerto en la mañana.

El camino me lleva a la biblioteca,

a un paisaje simple de líneas básicas

dibujado en la pared en tonos pastel,

a la plaza del pincho de tortilla.

Una vez hice de esta ruta un paseo geométrico,

una ruta matemática en la que medir y contemplar,

una reflexión sobre el modo de mirar las cosas simples.

Cada mañana debería pasar por aquí,

es una referencia estética y una forma de contemplar

el mundo que te rodea,

de oler el despertar de la vegetación,

de henchir tus pulmones para afrontar las vicisitudes diarias.

Poema 288: Septiembre

Septiembre

La luz de septiembre desciende hasta el equinoccio,

día a día, minuto a minuto,

puesta de sol enardecida a puesta de sol,

lágrimas de lluvia desgajadas de nubes negras.

Las emociones viajan en un tobogán incontrolable,

pequeñas perlas en forma de fotones

se convierten en arte, en imágenes o música,

un águila que sobrevuela un rastrojo

o un conejo desorientado que cruza un camino.

La dinámica laboral se transmuta en niebla,

difumina la belleza de los días del sol de vendimia,

colapsa las redes neuronales apresuradas,

deja resquicios en los que tu ser se expande sin límites.

Septiembre es un mes animado,

a un tiempo cálido y desapacible, mes de cambios,

de rutinas que regresan y de rutas que comienzan,

la transición poética entre los cuerpos veraniegos

y la ropa de temporada que al fin podemos estrenar.

Es un entrenamiento progresivo para la noche,

una decreciente sucesión de voces que se alejan,

de la algarabía cesante, de las bandadas de aves

retornando al sur cálido en el que guarecerse.

Septiembre es cine, es la lectura sin terminar del verano,

es una orgía de violines que distorsionan el aire,

una preparación estética para los graves estudios,

para fundirte en un abrazo o en una mirada acogedora.

Poema 287: Un día en el lago

Un día en el lago

El fuego del cielo es solo una medida,

existen muchas otras:

un castillo de formas rectangulares,

un problema de geometría entretenido,

bañarte en un lago entre risas infantiles,

observar la dinámica vital de una pareja joven,

la cantidad de tatuajes que llevan los bañistas,

y cerrar el ciclo otra vez con las nubes anaranjadas.

 

Sin mucho esfuerzo, olvidas la pandemia,

disfrutas de tu cuerpo al sol,

lanzas piedras que rebotan en la superficie

sin apenas olas del embalse,

una ardilla o un petirrojo son una novedad

en el mundo increíble de los niños.

 

El camino que rodea el agua tiene la forma de un ojo,

pescadores, parejas solitarias y adolescentes

ocupan su nicho en cada cala,

los peces zigzaguean en el agua transparente de la orilla,

los grupos de homínidos se refrescan;

el día transcurre de forma atemporal en la sombra.

 

Baile, movimiento, formas geométricas,

son simplificaciones, clasificaciones mentales

para poder transitar de forma ordenada por la vida,

casi todas las sensaciones se procesan por eliminación

de datos superfluos, idealización o demonización.

 

El castillo había sido destruido para convertirlo en silo,

la circunstancia que lo hizo posible es Historia,

tras siglos de conversiones religiosas y puritanismo,

el lago ha recobrado su pujanza de turismo interior,

allí mirando la superficie dinámica del agua

reconsideras el sentido inercial de todas tus decisiones.