Geometrías del confinamiento
La línea del renglón se inclina hacia abajo
como lo hace la señora que camina por la calle
con su bolsa de la compra repleta de alimentos.
Se cruza con una encapuchada de un azul tenue
que marcha veloz y silenciosa, en línea recta.
El perro zigzaguea aleatoriamente,
los ojos envidiosos del observador trazan un camino,
seco y anguloso
el que une su balcón con el cono de luz del movimiento animal.
Los palomos se esparcen a sus anchas en la enredadera
planean siguiendo una curva suave de aterrizaje en el césped
plagado de margaritas.
Las ondas musicales tras el aplauso a las ocho de la tarde
reverberan en los edificios hasta extinguirse
se acoplan con otros reproductores en curva sinuidal.
Enfila recto el vehículo de la policía tan alborotada
por el estado de alarma tras veintisiete días.
Subo y bajo escaleras una y otra vez en un circuito helicoide
procurando no tocar las barandas,
concentrado en pulsaciones y tiempo de ascensión.
Las pelotas de ping-pong sobre la mesa del salón
describen parábolas invertidas
antes de chocar con los botes de tomate en conserva
que hemos colocado como red.
Las piezas del puzzle que hacen mis hijos forman un mapa
de fronteras coloreadas, cabos y golfos que se unen
en un rectángulo final de gran belleza.
Mi vista traza diagonales en la lectura de artículos de prensa,
a veces traza círculos en la difícil concentración de un párrafo
del tercer libro de lectura sofisticada.
El sol y las nubes diseñan formas caprichosas
vórtices de viento, conos invertidos,
un sumidero que parece absorber todas las almas encerradas.
