La vida en mayo

Lentitud. Los ojos mínimos
perturbados por algún polen.
Belleza, tanta, tan inasible,
un ondulante mecer
de un centeno allí donde lo esperas.
En el cruce del camino pinariego
no hay sembrados este año.
Corre cantarina el agua del río,
entre juncos y sauces,
allí hubo un pueblo
antes de que la riada lo arrastrase.
Mirlos y grillos se disputan
el registro sonoro.
Cardos verdes; allá en el abandono
nadie los erradica.
Aún el calor no ha despertado
los aromas tan intensos,
la embriaguez olfativa.
El viaje ideal, detener el tiempo
en una isla griega,
flores y brisa marina,
las altas cumbres todavía blancas,
sin nubes en la mente lúcida,
sin pensamientos de soledad
frente a una fortaleza veneciana.
Ese momento vital de pensamiento,
ora recuerdo, ora futuro perfecto,
se funde con tu yo esencial
lo abraza y lo confunde,
forma parte ya de tu sustancia íntima,
te nutre y te sustenta,
fortalece cada una de tus partículas,
elonga tu espíritu,
lo funde con la belleza primigenia.


