
Descenso
Un día te quedas solo
con esas reflexiones tan importantes;
pierdes el control de tu cuerpo
ese que tanto has moldeado
las manos aún bronceadas
tu rostro marcado por los desastres de la vida.
Desciendes.
Coincide que la luz ese día es grisácea,
apenas puedes ver más allá de tu declive.
Te afanas en tareas cotidianas,
repetitivas, rutinas que has hecho mil veces.
Te has fijado en esas flores marchitas
atadas a una valla en la calle;
has pensado: ahí hubo un accidente terrible,
imaginas a quien puso las flores
recordando una y otra vez la escena.
Tienes varios recordatorios en el móvil,
fotografías a cuál más hermosa,
ausentes de ellas quienes recorrieron otros caminos;
te quitas las gafas,
en tu miopía observas todos los detalles en la pantalla,
cuánta hermosura de color y como duele.
Abres los brazos y los cierras nadando a braza
los ojos bien abiertos tras las gafas esféricas
con las que abarcas todo el fondo de la piscina;
esa imagen parece sacada de una peli de Almodóvar,
entonces recuerdas a los amigos que no pueden nadar.
La decadencia es inevitable,
tanto como el desgaste de los zapatos que más te gustan.
Entrecierras los ojos para tener aún menos luz,
oyes el ruido del tráfico y el viento en la enredadera.




