Poema 642: El Convento

El convento

La isla es una caldera magmática religiosa,

toda estructura social fue emulada:

ejércitos de hormigas humanas laboraron,

crearon, diseñaron, construyeron.

Las reglas del convento saludan al viajero,

lo transportan a un mundo de clausura

ya convertidas sus celdas en museo.

Cada cual se ha afanado para dejar un legado comunal,

una reja artística con geometría arabesca,

un tiburón incólume tras su paso por el taxidermista,

el órgano que construyó el maestro en el año de su muerte.

En ese claustro conventual se percibía el cielo cambiante,

la velocidad de las nubes aceleradas por el viento,

se escuchaba el agua cantarina de la fuente matriz,

las novicias serían instruidas en faenas y oraciones

antes de poder contemplar a través de las cancelas

todo el oropel barroco de la capilla.

El museo Carlos Machado llena el espacio de visitantes,

ocupa el convento de Santo André

muestra el ingente trabajo de naturalistas y eruditos,

despierta conciencias y muestra

la insignificancia del viajero perdido en el Atlántico

del turista analítico en estas islas magníficas.

Poema 641: Saudade

Saudade

La saudade la proporciona el clima atlántico,

un cierto agotamiento ante la resistencia,

quizás los referentes románticos literarios

o la belleza que se diluye lentamente en el mar.

Cuando se apodera de un espíritu lo anega;

intentas sacudírtela con música o literatura,

impregnado de ella te vuelves solitario y recóndito

mas se retroalimenta de la propia belleza artística.

En otras latitudes amanece con otros nombres,

deja también rastros artísticos muy emotivos

aunque no tiene el arraigo portugués:

quizás sea la sonoridad del idioma

o la historia lusa o el abolengo poético.

El año de la muerte de Ricardo Reis

es la cumbre literaria más cercana al epicentro:

conoce a todos sus ascendientes, les rinde homenaje,

también a Antero de Quental que se inmoló en esta isla.

San Miguel es un lugar bellísimo y cambiante,

próspero e incipientemente turístico,

una isla en la que la meditación te anega

como la lluvia fina que inesperadamente te empapa.

La saudade puede aturdirte y zombificarte,

puede rozarte y transportarte a goces sublimes

a un estado del alma en carne viva

cercano a una divinidad limitada y condicionada.

Poema 640: Ponta Delgada

Ponta Delgada

Toda isla supone aislamiento conceptual

también cosmopolitismo y crueldad.

Quienes arrasaron todo quemándolo

dejaron semillas de especies antiopodales,

también resistencia y unidad.

La singularidad es estratégica y volcánica,

también católica, colorida y floral.

La Historia superpone capas y anécdotas,

también los vientos que acortan distancias,

un escritor romántico que se suicida

acogiéndose a la saudade lusa continental

y el turismo incipiente levemente canalizado.

Aún sin apenas salir de Ponta Delgada

la vista detecta exuberancia y montículos verdes,

una promesa edénica y biológica desconocida,

jardines que se desbordan sin apenas cuidados,

una ciudad que va adecentándose sobre ruinas

de estilo colonial vetustas y encantadoras,

llena de iglesias análogas, manuelinas y barrocas.

Vuelan vehículos por calles estrechas

como si la prisa fuese connatural en medio de la calma,

de un mar que en verano parece domesticado,

de humanos que se esmeran en procesionar santos

para aplacar la ira de las placas tectónicas en fricción.

La ciudad está llena de contrastes, de quietud dominical,

de una reconstrucción lenta y amable

sobre un pasado de fortalezas e invasiones,

singular e iluminada por un clima suave y cambiante,

bellísima en su conjunto armónico y diferencial.