
El árbol solitario
El árbol cumple una función social,
un rito iniciático en el umbral adolescente.
Puede observarse desde toda la garganta,
majestuoso y aislado, el gran roble resiste
generación tras generación a la intemperie
de esta tremenda amplitud térmica.
El ascenso fotográfico lo homenajea
como el medallón de madera que lo nomina:
fechas pirograbadas para la posteridad.
La columna de caminantes serpentea
durante kilómetros, sudor y sed y resistencia.
Cada cuál narra su anécdota, las rencillas del agua,
pueblos colindantes que se odian,
un asesinato machista terrible en el valle,
o la saturación de establecimientos turísticos.
El crimen propició algunas denuncias,
quiero creer que modificó sensibilidades,
quizás estableció una alerta social antes inexistente.
La llegada al árbol produjo revuelo tecnológico,
móviles, retratos, posados, encuadres y perspectivas.
El descanso en el punto cumbre del ascenso
fue aprovechado por la rapsoda incontinente verbal
para colocar el poema Caminante no hay camino.
No hubo abrazos al árbol, ni la intimidad de una oración;
comenzó el largo descenso por la Garganta Buitrera.




