
Paisaje desde mi ventana
Las últimas hojas de los plátanos se resisten a caer
ya no son doradas, ni amarillas, no brillan con el sol,
tienen un color cobre decadente y mate
a la espera de una nevada o del viento del norte
que las haga por fin parte del compost y de la tierra.
Esa es mi visión de cada día en un paisaje con continuidad,
el abeto infiltrado entre las ajadas copas platanáceas
está a punto de ser devorado como lo fueron los almendros;
la masa incalculable de hojas oculta las grúas redivivas,
aquellos edificios blancos de terrazas crecientes
hijos de la reclusión pandémica y de la fábrica alcoholera.
Lejana y oculta queda ya la silueta del centro comercial,
el punto geodésico que visite con mis hijos hace años,
esa pequeña visión agreste de libertad.
Paseantes con perros que buscan los parvos rayos de sol
completan la visión matinal surgida del frío y de la noche,
permiten que mi vista se expanda más allá del ladrillo
y de los periódicos semáforos reguladores del tráfico.
