
La amistad del corredor
Se desvanece el ruido y la música de la fiesta
en las sendas estrechas del pinar;
correr es un acto de purificación
una hermosa ínsula en la vida cotidiana.
Huele a decorado recién regado
a pesar de la sequía que no nos abandona,
pinos que han rezumado resina todo el verano,
esparragueras fractales de millares de agujas.
La amistad de los corredores es un vínculo potente,
ha sobrevivido a paternidades varias,
al agotamiento de la edad o la desmesura alimenticia
y persevera en confidencias ahogadas por la respiración.
Ya no hay registros, ni marcas, ni tiempos,
el acto social ha superado al deportivo,
solo el orden, la fuerza o la forma física prevalecen
cuando todo lo demás ha sido olvidado.
Ciertas rutinas de calentamiento, estiramiento,
detenernos en los mismos pinos,
recordar anécdotas, risas, despistes,
sostienen ampliamente el esfuerzo deportivo.
Nadie tiene dudas de la recompensa tras la fatiga,
ni del público que escucha con interés hipótesis
y disertaciones varias en torno al fútbol
o a las estadísticas de cualquier disciplina humana.
Lazos, familia, vacaciones, vivencias,
incluso tras ausencias prolongadas
parece que no ha transcurrido el tiempo
que todo vuelve a comenzar mientras corremos.
