Poema 330: Vida al aire libre

Vida al aire libre

Las nuevas catedrales del campo castellano

están construidas con pacas de paja,

pueden verse sus moles enormes

a kilómetros de distancia.

Transito con mi amigo Pol en bicicleta

oliendo todos los olores del cereal,

observando el colorido inmenso de la meseta,

girasoles, viñas, campos sin cosechar.

La ruta está llena de confidencias

al modo en que surgen las piedras en el camino,

una  burbuja ciclista de intimidad,

las barreras del tiempo y la distancia derribadas.

Una dehesa, vacas, gorrinos, fotografías,

unas cervezas para calmar la sed del pedaleo,

las artes antiguas para pescar cangrejos

proporcionan momentos de gran felicidad vital.

Volverá la distancia y el segundo plano,

y estos paseos veraniegos serán recuerdo,

días felices de buena salud y ejercicio,

momentos estelares de todos los sentidos.

Poema 329: El lector desubicado

El lector desubicado

Sentado sobre las piedras de la rotonda

de acceso al gran centro comercial

gusta de ser visto fugazmente,

de la duda sobre el libro que lee,

de los adjetivos que se filtran por las ventanillas

de los coches que giran hacia la alienación.

En un acantilado mirando al mar

se recrea en un poema entre las gaviotas,

levanta la vista para imaginarse a sí mismo

a vista de pájaro entre los versos de Margarit.

En la piedra-mesa del cordel de la cañada

despliega su libro místico-bucólico,

imagina a los pastores mudos por el paisaje:

la vasta extensión de las tierras de la Extremadura.

Allí fue saciado su apetito

o yació junto a la vaquera de la Finojosa.

En medio de un trigal en sazón al caer la tarde,

a resguardo de todas las miradas,

mecido por la brisa que hace ondear las espigas,

lee a Kafka, se convierte en insecto,

despliega las alas de su imaginación.

Sentado en borde de la piedra tallada de un caño,

ajeno a los turistas y curiosos

que se asoman para ver la portada blanca

el nombre de la autora escrito en rojo,

el lector se concentra en los preparativos

del advenimiento republicano del treinta y uno.

Poema 328: Hervás

Hervás

El forastero pero asiduo visitante comprueba
el deterioro creciente de la casa de Marinejo,

la grava que allana el camino a la chorrera,

las mariposas juguetonas en el sendero olvidado,

las fuentes cantarinas que presuponen lluvias invernales.

Hay una soledad en los caños al caer la tarde,

y una brisa en la terraza que mueve las páginas del libro,

calma y quietud bajo los plátanos peatonales,

solo el ruido de mesas al ser apiladas en un bar.

La fuente chiquita acumula turistas 

que después irán a ver los miles de cactus;

llega el olor a roble de las montañas,

la luz amarilla de las farolas en el barrio judío.

El tiempo ha borrado una pescadería,

una tienda de instrumentos musicales,

algunos mesones de vida efímera,

la pujanza del cine en noches de verano.

El camino a la Chorrera es una romería,

un peregrinar turístico activo y delicado,

como la pista Heidi  o el caño de la ermita,

como la vía verde que lleva hasta Béjar.

La vida aquí es la del caminante en la mañana

que imagina un huerto ordenado,

la del lector gourmet el resto del día 

paseante al anochecer disfrutando del fresco.