Poema 644: Las olas compartidas

Las olas compartidas

Las playas asturianas tienen nombres míticos,

Playa del Silencio, La Caladoria, La Concha de Artedo,

igualan al arrojado y al tímido,

los convierten en guiñapos arrastrados por el mar.

En medio del fragor sonoro del oleaje

aparece un rostro reconocible y amigo,

la confianza de poder atacar juntos los terribles embates,

el disfrute tras cada revolcón marino.

En esos instantes en el agua no existe antes ni después,

el olor de la sal y el yodo, la alerta continua,

la posición del resto de bañistas o de algún surfero

centran toda tu atención.

Nadar y tenderse boca arriba tras atravesar la ola,

sonreír al grupo que te rodea,

verdeazul-sonoro-táctil-salado,

ya nada importa salvo la cumbre momentánea

y enseguida, saber que ese instante es irrepetible.

Compartir las olas activa sentimientos de pertenencia

establece pequeños vínculos anímicos

seguramente etéreos o sumativos en el largo plazo impredecible.

Los días míticos se suceden cual motas puntillistas,

comunican las crestas de las olas compartidas

con otros momentos estelares veraniegos pasados

creando un subconjunto de amistad de alto valor emocional.

Poema 542: Subida al Pinajarro

Subida al Pinajarro

Perdí la contera de mi palo de montaña,

se quedó en la subida tan dura, tan aplazada.

Los piornos nos destrozaron las piernas,

múltiples siseos, arañas, una culebrilla,

cuatro horas infinitas de ascenso

entre praos, riachuelos secos y los hitos

que otros montañeros anteriores colocaron.

Las plantas rastreras y leñosas

dificultan constantemente la ascensión,

unos novecientos metros en tres kilómetros y pico,

una transición difícil del plano a la realidad.

Hemos subido con la ilusión de mi hijo,

con el conocimiento previo de la exigencia de la ruta,

sumando voluntades y esfuerzos,

admirando la altura y las múltiples visiones

de valles, otras montañas, pueblos y senderos.

Arriba la veleta marcaba noroeste,

el privilegio de una visión de ángulo completo

el culmen de un esfuerzo titánico

y el pánico racionalizado del descenso.

La luz del amanecer doraba el fondo tras los pinos,

sombras en los canchales,

el verde emboscado de las escobas en las laderas.

El descenso fue un calvario de piernas arañadas,

y un fortalecimiento resistente del vínculo filial,

el grito desde la altura de un deseo consumado.