
Una luz grisácea, el mar, el cielo, el Centro Botín
El perfil del mar y las montañas es difuso,
más allá, el cielo.
En las salas de exposición penetra la luz,
estará el cuadro de El Greco lejos de su tierra de nacimiento,
habrá experimentos artísticos perturbadores
visitantes cosmopolitas que no suben a la fragata
por el mismo precio.
Me he sentado en un punto de anclaje,
ahora es un punto de meditación;
imité a una hermosa mujer vestida de negro,
medias negras, falda negra, corpiño negro:
miraba hacia el mar con nostalgia
tal y como ahora lo miro yo.
Parece una nave del futuro el Centro Botín;
sobrevivirá largos años a su fundador,
la ciudad hecha camino y diseño,
ideas y extrañísimo arte, pensamiento, música.
Canta un aborigen Le Méthèque de Moustaki
armado con una guitarra,
la tarde está calma en esta parte del mundo,
lejos de los bombardeos, del horror intencionado
repelido, vengado, vuelto a vengar hasta la extenuación.
Los maestros del ojo por ojo en su salsa,
todos inmigrantes, emigrantes, invasores, colonos,
quienes se creen superiores en fanatismo,
la luz neblinosa que confunde a verdugos con víctimas,
los fuegos de artificio que pueden eliminarte.
La magia del instante voraz ha pasado;
he seguido a distancia a la dama de negro
hasta una librería que es una pura maravilla.
Allí me esperaban tres libros y la sensación atemporal
de no querer marcharme,
de estar horas y horas hojeando poemas y solapas.
Los libros devoraron la presencia de la dama.


