
Teatro en Cáparra
El sendero está iluminado por cirios en el suelo,
vibran las ruinas bajo la luz del fuego,
intimidad en la sierpe de espectadores,
un río humano que surge del polvo
y camina con expectación hacia el arco tetrápilo.
La magia del teatro convoca risas y aplausos,
incluso la luna llena hoy no ha querido perderse
el alimento del humor teatralizado;
eso la hace ascender e iluminarse cada minuto.
Sobre el histórico sitio romano excavado,
uno se predispone a cualquier enredo, engaño,
diálogo con voz fuerte y autoridad en la dicción:
Plauto ha sido adaptado a una modernidad arcaica.
Los aplausos son el agradecimiento por la risa,
ese don tan escaso y volátil,
el esfuerzo de las actrices y actores disfrazados
por adaptar gestos, palabras, movimiento y acción.
El acoso de los patricios hacia las esclavas
provocan la risa fácil del espectador
sustentada en el travestismo y la banalidad,
en los equívocos sexuales y la belleza,
y en la gracia ebria del esclavo Olimpión.
Aparto la vista unos instantes del escenario
y allí aparecen, alumbradas por el generoso satélite
vestigios de lo que fue un próspero cruce de caminos,
una ciudad ensamblada en una colina al pie del río Ambroz.




