
Zombis
Los zombis caminan por la calle
la cara iluminada por su pantalla retina,
ajenos al canto alegre o temeroso de los pájaros.
Hay quien desearía ser de nuevo confinado
para explotar toda la funcionalidad de su tesoro,
comunicarse todo el tiempo de forma aséptica.
Alguien ve una foto de un ciclista en medio del campo,
expresa su temor alérgico a las gramíneas,
el gran satán: aire libre y flores en primavera.
Hay una colección pasmosa de rosas olorosas,
que como mucho serán captadas por la cámara:
–mira, había unas flores–, dirán al mostrarlas orgullosos
de su captura sabatina en ese lugar ajeno a sus costumbres.
El encuadre es la clave de bóveda,
no existirán ni la luz, ni el aroma, ni la suave brisa,
solo los personajes de su juego interactivo,
el combate o la aventura virtual
en una realidad inexistente y simplificada.
En ese mundo no salen conejillos de sus madrigueras,
ni se ortigan al atravesar una zona de escombros:
saltan bloques, trampas inesperadas, simas infinitas,
consiguen monedas o energía para sus avatares,
en un tiempo acelerado ajeno a su memoria y su vida.


