
Los pájaros huyen del lúpulo
A mi amigo Paco, para quien el tiempo
transcurre apaciblemente
La música de la memoria permanece intacta
en la madre casi nonagenaria;
ahueca los labios para pronunciar palabras
deliciosas sobre las que cabalgan recuerdos:
Acolumbraban la tierra o achisbaban con el fuelle,
argayábanse los praos o áquel estaba hecho un peizo.
Cuando pusieron las trepas y sulfataron
desaparecieron los trigaleros y las golondrinas.
Él se toca las manos las mueve, mientas escucha,
sus expresiones no han cambiado,
ni siquiera la luz de sus ojos tras las gafas.
Horas más tarde, el canto de los pájaros en el plantío
me hará recordar la placidez y la calma,
la risa alegre y las afirmaciones inconsistentes,
las pequeñas seguridades del camino conocido.
Ha vuelto el lúpulo a la vega pero la margaza
casi no se da aunque escojaron con otras plantas.
No recuerda, pero quizás los timbres de voz
o las palabras de la madre, o la casa viva y feliz
le protejan de la oscuridad progresiva.


