
Finis vitae sed non amoris
En un abrupto descenso de la niebla,
en medio de películas premiadas o no
que reflexionan en torno a la muerte,
se anticipa una muerte cercana.
–No mires atrás–, dirá el diablillo bíblico.
Aún doblan las campanas de forma atroz,
elevan la solemnidad y la pompa,
acercan los ritos ancestrales a la incomprensión
de la desaparición irreversible de la experiencia,
del aprendizaje de toda una vida.
El bagaje físico durará un instante,
el polvo seco, la niebla húmeda, el viento sonoro,
borrarán cada una de las huellas.
La comunicación poética es una ilusión,
una posibilidad de fe que dura un instante.
Se adapta el rito a los tiempos:
en los márgenes del poblamiento exterior
surge un templo laico de modernidad
en el que velar a los difuntos de forma aséptica
guardando la esencia del contacto humano.
Solo importa el presente continuo,
lo que la piel y las inidentificables ondas mentales
transmiten de forma vívida y amorosa,
un impagable consuelo en medio del dolor.
El abandono y la aceptación resignada
elevan la humanidad amorosa y afectiva
hasta lugares insospechados de mística seglar.


