Poema 597: Finis vitae sed non amoris

Finis vitae sed non amoris

En un abrupto descenso de la niebla,

en medio de películas premiadas o no

que reflexionan en torno a la muerte,

se anticipa una muerte cercana.

–No mires atrás–, dirá el diablillo bíblico.

Aún doblan las campanas de forma atroz,

elevan la solemnidad y la pompa,

acercan los ritos ancestrales a la incomprensión

de la desaparición irreversible de la experiencia,

del aprendizaje de toda una vida.

El bagaje físico durará un instante,

el polvo seco, la niebla húmeda, el viento sonoro,

borrarán cada una de las huellas.

La comunicación poética es una ilusión,

una posibilidad de fe que dura un instante.

Se adapta el rito a los tiempos:

en los márgenes del poblamiento exterior

surge un templo laico de modernidad

en el que velar a los difuntos de forma aséptica

guardando la esencia del contacto humano.

Solo importa el presente continuo,

lo que la piel y las inidentificables ondas mentales

transmiten de forma vívida y amorosa,

un impagable consuelo en medio del dolor.

El abandono y la aceptación resignada

elevan la humanidad amorosa y afectiva

hasta lugares insospechados de mística seglar.

Poema 275: Flores

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En el atrio de la modernidad

las letraheridas van sonrojándose,

algunos tatuajes brillan en la piel

aún indemne por los daños del tiempo.

 

En el arco de la luz de junio

sacan todos sus vestidos al césped,

recitan poemas que no entienden,

versan la carnalidad en un susurro.

 

En la terraza de verano

el dinero se alía con colores y banderas,

flotan en el aire los deseos no cumplidos,

las trincheras cavadas en el lujo.

 

Una ola de estupor desconocida,

cambia la mezcla de color en las pupilas,

desencadena sonrisas y arrumacos

rotos todos los frenos y preámbulos.

 

En el atrio de la modernidad

insulsos contendientes reposan alineados,

observan las flores exquisitas

abiertas por la luz de un bello día.

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