Silencio

El silencio lo rompe el réquiem por Sigfrido,
entonces imagino mi muerte
y esa música tremenda que desgarra la tarde,
proporcionando tal vez un momento de belleza
en quienes lo escuchen
como otros funerales lo hicieron en mí.
El silencio lo rompe el canto de un mirlo
mientras leo sentado en el banco de un parque
en este falso inicio de primavera,
y ese canto me lleva a un patio de Córdoba
en el que leía El cielo de Lima,
antes de escuchar El mirlo del pruno,
que es un gran trovador.
El silencio me desgarra como el sol poniente
desgarra esas nubes en el horizonte,
antes de que coloque el disco de Amancio Prada
recitando el Cántico Espiritual de San Juan
capaz de encender en mi espíritu el mismo color
naranja-intenso de la puesta de sol.
El silencio es un bien escaso en la ciudad
al igual que la forma de salir de él
llena de sorpresas e incertidumbre:
los murmullos crecientes en la terraza de un café,
el agua que cae en la cascada junto al molino
y te hace evocar la nieve y el deshielo.



