Poema 315: Silencio

Silencio

El silencio lo rompe el réquiem por Sigfrido,

entonces imagino mi muerte

y esa música tremenda que desgarra la tarde,

proporcionando tal vez un momento de belleza

en quienes lo escuchen

como otros funerales lo hicieron en mí.

El silencio lo rompe el canto de un mirlo

mientras leo sentado en el banco de un parque

en este falso inicio de primavera,

y ese canto me lleva a un patio de Córdoba

en el que leía El cielo de Lima,

antes de escuchar El mirlo del pruno,

que es un gran trovador.

El silencio me desgarra como el sol poniente

desgarra esas nubes en el horizonte,

antes de que coloque el disco de Amancio Prada

recitando el Cántico Espiritual de San Juan

capaz de encender en mi espíritu el mismo color

naranja-intenso de la puesta de sol.

El silencio es un bien escaso en la ciudad

al igual que la forma de salir de él

llena de sorpresas e incertidumbre:

los murmullos crecientes en la terraza de un café,

el agua que cae en la cascada junto al molino

y te hace evocar la nieve y el deshielo.

Poema 40: Córdoba

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En un patio de Córdoba, un mirlo

busca gusanos mientras leo El cielo de Lima

En un patio de Córdoba huele a jazmín,

el aire es fresco, Medina Azahara a lo lejos,

reverbera en la falda de la sierra.

Las piedras señalan el camino de los embajadores,

un centro de poder califal, suntuosidad,

la elegancia arquitectónica de los arcos

mezcla de piedra y ladrillo, apenas sustentados.

Aún no he visto la mezquita.

En las calles estrechas, descendentes, asoman

otros patios repletos de flores. Judería

hordas de turistas como yo, rincones

espléndidos, la estética de paso desde una terraza

convertida en restaurante magnífico.

En el patio de los naranjos hace un frescor

divino, fuentes que murmuran sobre el murmullo

de los visitantes, luz blanca y limpia,

lugar de culto y de encuentro.

En un patio de Córdoba escribo unas pocas líneas,

imagino el poder del califa, las hermosas mujeres

de su serrallo, leo El collar de la paloma,

veo a la hermosa Wallada culta y deslenguada,

sostener la mirada de Ibn Zaydún, ofrecer

su presencia como un regalo indescriptible,

recitar uno de sus poemas con voz sensual,

escribir palabras de amor en una tarde de abril.

En un patio de Córdoba, recién duchado,

siento la belleza de las flores sobre el muro blanco.

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