
Leonora
Tras una visita a la exposición Leonora Carrington
en la Fundación Mapfre en Madrid.
Incombustible e inconformista,
llena de símbolos y pájaros,
de las formas de la pintura antigua.
Leonora pinta caballos,
aparece feliz en el sur de Francia,
decora muebles, puertas y muros
se me figura con sensualidad extrema.
Es surrealista y busca a la diosa blanca,
el texto, la palabra, la ecología.
Despierta en mí, cual Orlando
la magia de la longevidad:
ella fue transversal en todo el siglo XX,
alongada a través de Max Ernst,
por sus viajes y su infinita búsqueda.
Como el Zaratustra de su obra
es un ser longilíneo y bello,
una musa de sí misma, una revelación.
Atraviesa guerras y violencias,
salvaje, perturba cuanto vive,
pinta y describe; imagina y lucha.
Quedan caballos y fotografías de Lee Miller,
retratos bellísimos,
el intercambio fructífero de ideas,
alimento mutuo para llegar al Arte.
Leonora es un trabajo descomunal
para atisbar un iceberg creativo,
una búsqueda y un aprovechamiento,
la defensa feminista y ecológica.
Codifica y enmascara y exprime
cada acontecimiento vital:
se oscurece o ilumina en diferentes verdes,
no hay obra gratuita, ni escena banal.
Es la Reina de las Nieves o la Recuperadora
de Derechos Femeninos,
la giganta que custodia el huevo.
Poder, brujería y sabiduría
impregnan lienzos en su evolución,
su búsqueda, su adecuación investigadora
a los tiempos de una madurez soberbia.
Ya no hay límites, atesora poder político,
eminencia reconocida y adorada,
hasta que se funde con México
en El Mundo mágico de los Mayas.
