Dentro del coche te crees a salvo;
has levantado la cabeza un instante
del libro que estabas leyendo;
no lo has visto, mas
has percibido el movimiento.
Tu instinto te hace bloquear las puertas
mirar por todos los espejos;
en medio del pinar sólo hay sombras,
el movimiento suave de la brisa
en las secas plantas aromáticas.
Sabes que estos pinos enormes
suelen ulular con el viento,
aguzas el oído: nada, un relé del coche
o un moscardón que impacta
con la masa negra de la carrocería.
Por tu mente cruzan imágenes
a una velocidad desmesurada,
sombras, fantasmas, espíritus,
animales salvajes, quizás cazadores
que pueden erróneamente dispararte.
Dudas de los ángulos muertos,
te sobrepones, destierras ideas
poco probables, irracionales;
quizás ha sido un pájaro, o un conejo,
no debes estar allí y ese es tu miedo.
Has perdido unos minutos preciosos
escuchando al picapinos,
evaluando posibilidades razonables,
sólo la fortuna del meteorito
te dejará salir de allí con vida.

